Nota de este blog. Este es el primer capítulo de la
segunda parte del libro LA CIUDAD DEL TRABAJO (BRUNO TRENTIN)
Este es el primer capítulo de la segunda parte del
libro LA CIUDAD DEL TRABAJO (BRUNO TRENTIN)
No hay duda de que en el origen de la “crisis del
socialismo y del marxismo teórico”, a principios del siglo XX, y de los
diversos intentos dirigidos a “transformar el marxismo” como teoría de la
sociedad capitalista en una teoría de la formación de organizaciones humanas
con la idea de promover el tránsito a una nueva formación social, está la
dificultad de una lectura “pauperística” de los análisis de Marx y las teorías
de la formación de la “consciencia de clase” a ella ligada. Con eso hay que ajustar
las cuentas (1).
Hay que decir que la crítica de Eduard Berstein a la
“ley” marxista del empobrecimiento –por unilateral y simplificadora que sea con
respecto a la más compleja (y contradictoria) reflexión de Marx-- tenía en la
obra de ambos algunos puntos de referencia: la caída del salario medio, casi
imparable como proceso de largo recorrido (2); la tendencia a la comprensión
cíclica del salario nominal como forma de “realización” de la plusvalía
relativa; el rol determinante del ejército industrial de reserva en la
formación (y en el descenso) del salario medio; la posibilidad para la “clase organizada” de
extender sistemáticamente, incluso en otros campos, las conquistas que Marx
entendía como sustancialmente irreversibles (las diez horas, la limitación del
trabajo de las mujeres y de los niños) y cómo se manifestaba la “economía política de la clase obrera” en el
interior del sistema capitalista (3), así como el desarrollo a escala mundial
de las estructuras oligopolistas y el peso creciente del capitalismo de Estado
(y del “capitalismo asistencial”). Todo ello
no entraba evidentemente en los cálculos y previsiones que el mismo Marx
formuló cuando enunciaba sus tesis sobre el empobrecimiento de las clases
trabajadoras.
De la misma forma es difícil no ver un nexo entre
este filón del empobrecimiento y la previsión de crisis económicas sucesivas en
el curso de las cuales se volvería a proponer (de manera contradictoria la
“necesidad” de la clase obrera de salvaguardar un mínimo nivel de subsistencia
debido a la reducción, pronto o tarde, del salario) la creación “natural” del
partido revolucionario de la clase obrera en tanto que expresión “espontánea”
de la formación de una conciencia de clase “per se” (4).
La concepción tan rica y articulada que Marx y
Engels tenían del partido, mejor dicho, de los partidos de la clase obrera y de
su capacidad de mutación en ósmosis con el movimiento de masas; su percepción,
ya entonces tan aguda, de la necesaria independencia del sindicato (5) y su
respuesta clarividente a la “máquina” lassalliana que, a nuestro entender, proponen
elementos de reflexión estimulantes para hoy, parecen encontrarse en un punto
muerto. De hecho, por aquella vía, si
estaba marcada y condicionada por una imparable tendencia histórica al
empobrecimiento material y moral de las masas y por el conflicto “de
resistencia” de los trabajadores contra el capital, por la defensa de las
condiciones salariales de supervivencia,
el desarrollo de una consciencia
de la clase “per se” y la creación espontánea del partido de clase
serían verdaderamente problemáticas. Porque los hechos parecían negar aquel proceso
espontáneo; y la formación de una consciencia de clase –continuamente cuestionada
por esa tendencia histórica al “empobrecimiento progresivo” y al “embrutecimiento” de los trabajadores--
no podía definirse como una salida fatal e ineluctable.
Por otra parte, aunque Marx siempre había situado la
formación de la consciencia de clase y la transformación de la lucha social en
lucha política, en el conflicto de poder
que, ineluctablemente, surge entre capital y trabajo, en el curso de la batalla por la “asociación”, que asume la
primacía con respecto a la lucha por el salario, la convincente refutación de
Bernstein de la tesis del
empobrecimiento sacaba, por lo menos, a la luz el carácter problemático de la
salida del “choque” entre las clases y del mismo desarrollo del conflicto.
Desde este punto de vista, nos parece que la provocación de Bernstein –sobre la
cuestión del empobrecimiento-- entendió
el malestar general del marxismo teórico.
De esta “crisis del marxismo” surgieron, hasta
nuestros días, diversos intentos tanto de sistematización teórica de una praxis
“traducionista” (*) y reformista de corto aliento del movimiento socialista
como, por el contrario, de revalorización de los factores objetivos y
subjetivos que podían devolver credibilidad a la perspectiva de una superación
revolucionaria del capitalismo; y que, de cualquier manera, podían “ocupar el
lugar” de la “primavera” que representaba el empobrecimiento y la crisis
catastrófica.
No intento, aquí, recordar o intentar resumir tales
intentos. Sólo quiero subrayar sus aporías y, en general, su fracaso. ¿No eran,
tal vez, hijas de esta crisis del marxismo teórico tanto los penosos planteamientos
del Partido comunista francés hasta finales de los años cincuenta de este siglo
sobre la pauperización de los trabajadores galos confrontados (a su pesar) con
los jóvenes aprendices artesanos del Medioevo como los
diversos y recurrentes intentos de buscar en otras clases subalternas, en la
sociedad industrial o fuera de ellas, las nuevas fuerzas motrices de una
revolución socialista?
De esta crisis surge también el gran esfuerzo de
Lenin de volver a descubrir el papel catártico del partido revolucionario de
“élite” como factor decisivo e insubstituible para promover una auténtica
consciencia de clase. O sea, de una consciencia política de la masa obrera
donde se teje la convicción de que la clase obrera conquiste una plena
consciencia de sí y de sus propias potencialidades solamente a través del
conocimiento de toda la sociedad y del conjunto de contradicciones que, de
tanto en tanto, la caracterizan (lo que es, evidentemente, un “segundo momento”
de la formación espontánea de la consciencia de clase) con el ansia
voluntarista y romántica de “subvertir” los tiempos de este proceso. De esta
manera se acercaba (no sólo en las tesis del ¿Qué hacer?) a la
identificación del verdadero factor de liberación de la clase obrera en el
partido portador del “socialismo científico”.
Como es sabido, se trata, sin embargo, de una
“liberación” que viene “del exterior” de la clase obrera y que acaba por seguir
siendo “externa” y autónoma con respecto a la contradicciones específicas que,
de vez en cuando, se expresan en la relación de explotación y opresión. Es como
si el resultado del conflicto que opone la clase obrera al capital no estuviera
al margen de sus objetivos, especialmente allá donde las realidades que las
estratificaciones sociales y culturales de la sociedad civil presentan una
complejidad cada vez mayor; y, sobre todo, en la medida en que permanece
confinado en la mera reivindicación salarial, nunca por sí decisiva, lleve a
relegar en la “pequeña historia” el análisis de los caracteres específicos
(incluso cambiantes) que asume el conflicto de clase, no sólo salarial, en lo
más vivo de la relación del trabajo subordinado.
El partido se convierte, así, en el necesario y
“preliminar” educador de la clase. No se está lejano, en este aspecto, no sólo
de la “torsión” kaustkiana y de la concpeción prometeica de Ferdinand Lassalle,
ni tampoco de las tesis del joven Marx en su Contribución a la crítica de la filosofía del derecho de Hegel,
cuando escribía: “La emancipación del alemán es la emancipación del hombre. La
cabeza de esta emancipación es la filosofía y su corazón es el proletariado”
(6).
Sería ridículo intentar, en pocas líneas, un resumen
crítico de la respuesta leninista a la “crisis del marxismo” de principios del
siglo XX ignorando las facetas y también las grandes contradicciones de dicha
respuesta. Queremos limitarnos a “perseguir” –incluso mirando en las
contradicciones del partido-- el tema que ocupa un lugar central en esta
segunda parte del libro. Es decir, la investigación de una explicación del
oscurecimiento progresivo que determina el nexo entre, de un lado, las
contradicciones específicas de la relación de explotación y opresión y los
contenidos específicos del conflicto de clase; y, de otro lado, las formas de
organización (y la misma estrategia) del movimiento obrero en muchas fases de
la experiencia socialista y comunista.
Es, bajo este perfil, donde parecen emerger el gran
límite y las graves implicaciones de las respuestas lassalliana, kaustkiana y
leninista a la cuestión de la formación de una consciencia de clase. De hecho
opera (contra el mismo Marx de los años maduros y contra una buena parte del
pensamiento socialdemócrata de principios del siglo XX) una auténtica ruptura
de tipo voluntarista. Y constituye un proceso de sustitución de las
contradicciones específicas que emergen de la relación capital / trabajo y de
los objetivos que estas contradicciones inducen al conflicto social con la
función anticipadora (a partir de una visión global de la sociedad, aunque
siempre reivindicada como un apriorismo del que los profetas del socialismo
científico tienen el secreto) orientada por el partido y sus intelectuales,
revolucionarios profesionales.
Es difícil encontrar, por ejemplo, si no es en dicho
giro voluntarista que caracterizará toda la obra de Lenin desde el ¿Qué hacer? en adelante, una distinta
explicación del hecho de que, a pesar de su gran ductilidad e imaginación
política, Lenin hubiera podido apropiarse –sólo en un segundo momento— de la
experiencia “soviética” del 1905. O del
hecho que, incluso cuando tuvo la clarividencia de poner la cuestión del soviet
como el principal terreno de la lucha en 1917, los contenidos concretos del
poder “consejista”, sobre todo en los centros de trabajo, quedaron relegados a un
segundo plano y aparecen con frecuencia “reinventados” a posteriori,
prescindiendo de los problemas y conflictos particulares (pero decisivos) que
estuvieron en el origen de los consejos en tal o cual realidad de fábrica. Aquí
está, de hecho, la raíz de la sucesiva y dramática ruptura de Lenin con el
movimiento consejista y con los mismos sindicatos y la traumática liquidación
de la experiencia del control obrero. Es difícil encontrar una explicación
distinta de la separación, que permanece en los escritos y en las decisiones
del Lenin más maduro, entre la cuestión de la transformación del poder y del
Estado (incluso cuando Lenin vuelve a hablar, por un momento, de la teoría de
la disolución progresiva del Estado) y la socialización del poder en los
centros de trabajo; y de la posible superación de las formas imperantes de la
división del trabajo, de los saberes y de los poderes en la fábrica y en la
sociedad civil.
En realidad, Lenin nunca consideró las luchas
sociales para cambiar el cuadro organizativo y jerárquico de las grandes
empresas como el posible motor de una participación real de la clase obrera en
la participación de “su” sociedad. También en este caso entra en la ideología
leninista, junto a una nueva versión del “catastrofismo marxista”, un proceso
ideológico de “substitución”. Mientras el partido suplanta a la clase e
interpreta los intereses, con el uso del “socialismo científico”, la clase
obrera está llamada a sustituir un
capitalismo ruinoso y “desertor”, lo que era verdad en la Rusia de 1917; y, en ese
sentido, (supliendo al capitalismo absentista) está llamada a descargar en su
función de principal “fuerza productiva” su papel de clase dirigente.
En lugar del fracaso producido por la tendencia al
empobrecimiento, a la caída del ensayo de los beneficios y del valor del
trabajo, está la “deserción” del capital que resuelve la contradicción
marxiana. De esa manera, ofrece campo libre a la iniciativa revolucionaria y
reconstructora de la “clase obrera”. Y,
en su nombre, su partido de vanguardia. No es por casualidad que, tras ello,
éste sea el sentido del llamamiento a todos los partidos comunistas de la Tercera Internacional
a principios de los años veinte.
En tales condiciones, la dirección política (y
“administrativa”) del partido obrero podrá substituir legítimamente –aunque invocando la necesidad de la
emergencia y de la “transición”-- la
lucha social contra la fragmentación y opresión del trabajo con la acción
orientada a garantizar, con una fuerte disciplina jerárquica, el desarrollo
“sin solución de continuidad” de las fuerzas productivas heredadas del
capitalismo. Y, así pues, a través de la participación imaginaria de la clase
obrera –mediada por la burocracia del partido en la dirección del Estado--
“sustituir” la consecución de una reforma, aunque sea parcial, de la relación
de trabajo y de una solución, también parcial y provisional, de las
persistentes contradicciones en la fábrica entre capital y trabajo, entre
dirigentes y dirigidos.
El taylorismo, asumido como fuerza productiva, puede
cambiar de signo si la clase obrera asume la dirección del Estado.
Notas
(*) Gregorio Luri, al que he
consultado sobre este término, me aclara amablemente lo que significa con el
siguiente texto tan pedagógicamente explicado: “El traducionismo es básicamente
la teoría que defiende que un Todo no es más que un agregado de partes y
que, por lo tanto, puede explicarse a partir de las mismas. Es decir que una
paella no es en el fondo más que una suma de elementos. Pero cualquiera sabe
que una paella, un cocido madrileño o un bacalao al pil-pil es algo más que una
suma. Son una unidad de sabor que no se pueden reducir a un sumatorio de
componentes. Aquí la mano de la cocinera es la clave. No pretendo hacer coña,
sino hacer explícita la clave de la cuestión. En la epistemología de las
ciencias el reduccionismo ha pretendido explicar lo complejo -por ejemplo las
realidades sociales- a partir de explicaciones simples -leyes físicas o
estadísticas-“. Le quedo muy agradecido, profesor. [JLLB]
(1)
Eduard
Bernstein. Socialismo teórico y
socialdemocracia práctica.
(2)
Karl
Marx. Trabajo asalariado y capital.
(3)
Karl
Marx. Discurso de apertura de la Asociación
Internacional de los Trabajadores. Londres,
1864. http://www.ucm.es/info/bas/es/marx-eng/oe2/mrxoe201.htm
(4)
Resolución
del Primer Congreso de la AIT
(5)
Escribe
Marx: “En ningún caso los sindicatos deben estar supeditados a los partidos
políticos o puestos bajo su dependencia; hacerlo sería darle un golpe mortal al
socialismo”. Tal cual. Se trata de la respuesta de nuestro barbudo al tesorero
de los sindicatos metalúrgicos de Alemania en la revista Volkstaat, número 17
(1869) en clara respuesta a lo afirmado por Lassalle, el jefe del Partido
socialista alemán: “el sindicato, en tanto que hecho necesario, debe
subordinarse estrecha y absolutamente al partido” (Der sozial-democrat”, 1869).
(6)
Karl Marx. Deutsch-Französische Jahrbücher
(1844).
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