sábado, 16 de junio de 2012

CAPÍTULO 12. LA CRISIS DEL MARXISMO




Nota de este blog. Este es el primer capítulo de la segunda parte del libro  LA CIUDAD DEL TRABAJO (BRUNO TRENTIN)




Este es el primer capítulo de la segunda parte del libro  LA CIUDAD DEL TRABAJO (BRUNO TRENTIN)



No hay duda de que en el origen de la “crisis del socialismo y del marxismo teórico”, a principios del siglo XX, y de los diversos intentos dirigidos a “transformar el marxismo” como teoría de la sociedad capitalista en una teoría de la formación de organizaciones humanas con la idea de promover el tránsito a una nueva formación social, está la dificultad de una lectura “pauperística” de los análisis de Marx y las teorías de la formación de la “consciencia de clase” a ella ligada. Con eso hay que ajustar las cuentas (1).

Hay que decir que la crítica de Eduard Berstein a la “ley” marxista del empobrecimiento –por unilateral y simplificadora que sea con respecto a la más compleja (y contradictoria) reflexión de Marx-- tenía en la obra de ambos algunos puntos de referencia: la caída del salario medio, casi imparable como proceso de largo recorrido (2); la tendencia a la comprensión cíclica del salario nominal como forma de “realización” de la plusvalía relativa; el rol determinante del ejército industrial de reserva en la formación (y en el descenso) del salario medio; la  posibilidad para la “clase organizada” de extender sistemáticamente, incluso en otros campos, las conquistas que Marx entendía como sustancialmente irreversibles (las diez horas, la limitación del trabajo de las mujeres y de los niños) y cómo se manifestaba la  “economía política de la clase obrera” en el interior del sistema capitalista (3), así como el desarrollo a escala mundial de las estructuras oligopolistas y el peso creciente del capitalismo de Estado (y del “capitalismo asistencial”). Todo ello  no entraba evidentemente en los cálculos y previsiones que el mismo Marx formuló cuando enunciaba sus tesis sobre el empobrecimiento de las clases trabajadoras.

De la misma forma es difícil no ver un nexo entre este filón del empobrecimiento y la previsión de crisis económicas sucesivas en el curso de las cuales se volvería a proponer (de manera contradictoria la “necesidad” de la clase obrera de salvaguardar un mínimo nivel de subsistencia debido a la reducción, pronto o tarde, del salario) la creación “natural” del partido revolucionario de la clase obrera en tanto que expresión “espontánea” de la formación de una conciencia de clase “per se” (4).

La concepción tan rica y articulada que Marx y Engels tenían del partido, mejor dicho, de los partidos de la clase obrera y de su capacidad de mutación en ósmosis con el movimiento de masas; su percepción, ya entonces tan aguda, de la necesaria independencia del sindicato (5) y su respuesta clarividente a la “máquina” lassalliana que, a nuestro entender, proponen elementos de reflexión estimulantes para hoy, parecen encontrarse en un punto muerto.  De hecho, por aquella vía, si estaba marcada y condicionada por una imparable tendencia histórica al empobrecimiento material y moral de las masas y por el conflicto “de resistencia” de los trabajadores contra el capital, por la defensa de las condiciones salariales de supervivencia,  el desarrollo de una consciencia  de la clase “per se” y la creación espontánea del partido de clase serían verdaderamente problemáticas. Porque los hechos parecían negar aquel proceso espontáneo; y la formación de una consciencia de clase –continuamente cuestionada por esa tendencia histórica al “empobrecimiento progresivo”  y al “embrutecimiento” de los trabajadores-- no podía definirse como una salida fatal e ineluctable.

Por otra parte, aunque Marx siempre había situado la formación de la consciencia de clase y la transformación de la lucha social en lucha política, en el conflicto de poder que, ineluctablemente, surge entre capital y trabajo, en el curso de la batalla por la “asociación”, que asume la primacía con respecto a la lucha por el salario, la convincente refutación de Bernstein  de la tesis del empobrecimiento sacaba, por lo menos, a la luz el carácter problemático de la salida del “choque” entre las clases y del mismo desarrollo del conflicto. Desde este punto de vista, nos parece que la provocación de Bernstein –sobre la cuestión del empobrecimiento--  entendió el malestar general del marxismo teórico.  

De esta “crisis del marxismo” surgieron, hasta nuestros días, diversos intentos tanto de sistematización teórica de una praxis “traducionista” (*) y reformista de corto aliento del movimiento socialista como, por el contrario, de revalorización de los factores objetivos y subjetivos que podían devolver credibilidad a la perspectiva de una superación revolucionaria del capitalismo; y que, de cualquier manera, podían “ocupar el lugar” de la “primavera” que representaba el empobrecimiento y la crisis catastrófica.

No intento, aquí, recordar o intentar resumir tales intentos. Sólo quiero subrayar sus aporías y, en general, su fracaso. ¿No eran, tal vez, hijas de esta crisis del marxismo teórico tanto los penosos planteamientos del Partido comunista francés hasta finales de los años cincuenta de este siglo sobre la pauperización de los trabajadores galos confrontados (a su pesar) con los jóvenes aprendices artesanos del Medioevo  como  los diversos y recurrentes intentos de buscar en otras clases subalternas, en la sociedad industrial o fuera de ellas, las nuevas fuerzas motrices de una revolución socialista?

De esta crisis surge también el gran esfuerzo de Lenin de volver a descubrir el papel catártico del partido revolucionario de “élite” como factor decisivo e insubstituible para promover una auténtica consciencia de clase. O sea, de una consciencia política de la masa obrera donde se teje la convicción de que la clase obrera conquiste una plena consciencia de sí y de sus propias potencialidades solamente a través del conocimiento de toda la sociedad y del conjunto de contradicciones que, de tanto en tanto, la caracterizan (lo que es, evidentemente, un “segundo momento” de la formación espontánea de la consciencia de clase) con el ansia voluntarista y romántica de “subvertir” los tiempos de este proceso. De esta manera se acercaba (no sólo en las tesis del ¿Qué hacer?)  a la identificación del verdadero factor de liberación de la clase obrera en el partido portador del “socialismo científico”.

Como es sabido, se trata, sin embargo, de una “liberación” que viene “del exterior” de la clase obrera y que acaba por seguir siendo “externa” y autónoma con respecto a la contradicciones específicas que, de vez en cuando, se expresan en la relación de explotación y opresión. Es como si el resultado del conflicto que opone la clase obrera al capital no estuviera al margen de sus objetivos, especialmente allá donde las realidades que las estratificaciones sociales y culturales de la sociedad civil presentan una complejidad cada vez mayor; y, sobre todo, en la medida en que permanece confinado en la mera reivindicación salarial, nunca por sí decisiva, lleve a relegar en la “pequeña historia” el análisis de los caracteres específicos (incluso cambiantes) que asume el conflicto de clase, no sólo salarial, en lo más vivo de la relación del trabajo subordinado.

El partido se convierte, así, en el necesario y “preliminar” educador de la clase. No se está lejano, en este aspecto, no sólo de la “torsión” kaustkiana y de la concpeción prometeica de Ferdinand Lassalle, ni tampoco de las tesis del joven Marx en su Contribución a la crítica de la filosofía del derecho de Hegel, cuando escribía: “La emancipación del alemán es la emancipación del hombre. La cabeza de esta emancipación es la filosofía y su corazón es el proletariado” (6).

Sería ridículo intentar, en pocas líneas, un resumen crítico de la respuesta leninista a la “crisis del marxismo” de principios del siglo XX ignorando las facetas y también las grandes contradicciones de dicha respuesta. Queremos limitarnos a “perseguir” –incluso mirando en las contradicciones del partido-- el tema que ocupa un lugar central en esta segunda parte del libro. Es decir, la investigación de una explicación del oscurecimiento progresivo que determina el nexo entre, de un lado, las contradicciones específicas de la relación de explotación y opresión y los contenidos específicos del conflicto de clase; y, de otro lado, las formas de organización (y la misma estrategia) del movimiento obrero en muchas fases de la experiencia socialista y comunista.

Es, bajo este perfil, donde parecen emerger el gran límite y las graves implicaciones de las respuestas lassalliana, kaustkiana y leninista a la cuestión de la formación de una consciencia de clase. De hecho opera (contra el mismo Marx de los años maduros y contra una buena parte del pensamiento socialdemócrata de principios del siglo XX) una auténtica ruptura de tipo voluntarista. Y constituye un proceso de sustitución de las contradicciones específicas que emergen de la relación capital / trabajo y de los objetivos que estas contradicciones inducen al conflicto social con la función anticipadora (a partir de una visión global de la sociedad, aunque siempre reivindicada como un apriorismo del que los profetas del socialismo científico tienen el secreto) orientada por el partido y sus intelectuales, revolucionarios profesionales.

Es difícil encontrar, por ejemplo, si no es en dicho giro voluntarista que caracterizará toda la obra de Lenin desde el ¿Qué hacer? en adelante, una distinta explicación del hecho de que, a pesar de su gran ductilidad e imaginación política, Lenin hubiera podido apropiarse –sólo en un segundo momento— de la experiencia  “soviética” del 1905. O del hecho que, incluso cuando tuvo la clarividencia de poner la cuestión del soviet como el principal terreno de la lucha en 1917, los contenidos concretos del poder “consejista”, sobre todo en los centros de trabajo, quedaron relegados a un segundo plano y aparecen con frecuencia “reinventados” a posteriori, prescindiendo de los problemas y conflictos particulares (pero decisivos) que estuvieron en el origen de los consejos en tal o cual realidad de fábrica. Aquí está, de hecho, la raíz de la sucesiva y dramática ruptura de Lenin con el movimiento consejista y con los mismos sindicatos y la traumática liquidación de la experiencia del control obrero. Es difícil encontrar una explicación distinta de la separación, que permanece en los escritos y en las decisiones del Lenin más maduro, entre la cuestión de la transformación del poder y del Estado (incluso cuando Lenin vuelve a hablar, por un momento, de la teoría de la disolución progresiva del Estado) y la socialización del poder en los centros de trabajo; y de la posible superación de las formas imperantes de la división del trabajo, de los saberes y de los poderes en la fábrica y en la sociedad civil.            

En realidad, Lenin nunca consideró las luchas sociales para cambiar el cuadro organizativo y jerárquico de las grandes empresas como el posible motor de una participación real de la clase obrera en la participación de “su” sociedad. También en este caso entra en la ideología leninista, junto a una nueva versión del “catastrofismo marxista”, un proceso ideológico de “substitución”. Mientras el partido suplanta a la clase e interpreta los intereses, con el uso del “socialismo científico”, la clase obrera está llamada a sustituir  un capitalismo ruinoso y “desertor”, lo que era verdad en la Rusia de 1917; y, en ese sentido, (supliendo al capitalismo absentista) está llamada a descargar en su función  de principal “fuerza productiva”  su papel de clase dirigente.

En lugar del fracaso producido por la tendencia al empobrecimiento, a la caída del ensayo de los beneficios y del valor del trabajo, está la “deserción” del capital que resuelve la contradicción marxiana. De esa manera, ofrece campo libre a la iniciativa revolucionaria y reconstructora  de la “clase obrera”. Y, en su nombre, su partido de vanguardia. No es por casualidad que, tras ello, éste sea el sentido del llamamiento a todos los partidos comunistas de la Tercera Internacional a principios de los años veinte.

En tales condiciones, la dirección política (y “administrativa”) del partido obrero podrá substituir legítimamente      –aunque invocando la necesidad de la emergencia y de la “transición”--  la lucha social contra la fragmentación y opresión del trabajo con la acción orientada a garantizar, con una fuerte disciplina jerárquica, el desarrollo “sin solución de continuidad” de las fuerzas productivas heredadas del capitalismo. Y, así pues, a través de la participación imaginaria de la clase obrera –mediada por la burocracia del partido en la dirección del Estado-- “sustituir” la consecución de una reforma, aunque sea parcial, de la relación de trabajo y de una solución, también parcial y provisional, de las persistentes contradicciones en la fábrica entre capital y trabajo, entre dirigentes y dirigidos.

El taylorismo, asumido como fuerza productiva, puede cambiar de signo si la clase obrera asume la dirección del Estado.          


Notas

(*)  Gregorio Luri, al que he consultado sobre este término, me aclara amablemente lo que significa con el siguiente texto tan pedagógicamente explicado: “El traducionismo es básicamente  la teoría que defiende que un Todo no es más que un agregado de partes y que, por lo tanto, puede explicarse a partir de las mismas. Es decir que una paella no es en el fondo más que una suma de elementos. Pero cualquiera sabe que una paella, un cocido madrileño o un bacalao al pil-pil es algo más que una suma. Son una unidad de sabor que no se pueden reducir a un sumatorio de componentes. Aquí la mano de la cocinera es la clave. No pretendo hacer coña, sino hacer explícita la clave de la cuestión. En la epistemología de las ciencias el reduccionismo ha pretendido explicar lo complejo -por ejemplo las realidades sociales- a partir de explicaciones simples -leyes físicas o estadísticas-“. Le quedo muy agradecido, profesor. [JLLB]

(1)               Eduard Bernstein. Socialismo teórico y socialdemocracia práctica.
(2)               Karl Marx. Trabajo asalariado y capital.
(3)               Karl Marx. Discurso de apertura de la Asociación Internacional de los Trabajadores. Londres, 1864. http://www.ucm.es/info/bas/es/marx-eng/oe2/mrxoe201.htm
(4)               Resolución del Primer Congreso de la AIT
(5)               Escribe Marx: “En ningún caso los sindicatos deben estar supeditados a los partidos políticos o puestos bajo su dependencia; hacerlo sería darle un golpe mortal al socialismo”. Tal cual. Se trata de la respuesta de nuestro barbudo al tesorero de los sindicatos metalúrgicos de Alemania en la revista Volkstaat, número 17 (1869) en clara respuesta a lo afirmado por Lassalle, el jefe del Partido socialista alemán: “el sindicato, en tanto que hecho necesario, debe subordinarse estrecha y absolutamente al partido” (Der sozial-democrat”, 1869).
(6)               Karl Marx. Deutsch-Französische Jahrbücher (1844). 

No hay comentarios:

Publicar un comentario