La respuesta que Gramsci madura en la cárcel sobre
la “crisis del marxismo teórico” aparece, incluso desde el ángulo visual que
nos interesa, mucho más compleja respecto a los intentos de Lenin. No sólo
porque su reflexión sobre el papel determinante de la “hegemonía” --como punto de partida de un reconocimiento
“activo” de la sociedad civil en todo su espesor cultural e
institucional-- lo lleva a una
concepción más articulada de la formación y del papel del partido político,
incluso en su interior, entre gobernantes y gobernados para “crear las
condiciones de que desaparezca esa
distinción” (7). Sino también para configurar que la función
determinante de los intelectuales nos
parezca diferente de la esquemáticamente ilustrada y prometéica del ¿Qué hacer? de Lenin (8). Pero también
porque, en su búsqueda de una vía de salida de la “derrota” de la teoría de una
formación “espontánea” de la consciencia política de la clase obrera, a partir
de la “contradicción elemental” entre capital y salario, mantiene su punto de
referencia en el terreno determinante de la producción. Sobre todo en los
escritos de la cárcel, el sujeto –el protagonista del proceso
revolucionario-- es el productor colectivo.
Y también
cuando su investigación y reflexión “autocrítica” vuelven al problema del
partido político, del intelectual colectivo de la clase obrera, el eje sigue
siendo la formación, desde el interior de la lucha de clases, de una
“consciencia de productores” capaces de garantizar una hegemonía de la clase
obrera en sus relaciones con las otras clases subalternas. Gramsci no confunde nunca los
medios con los fines, el instrumento del poder con el objetivo de la
transformación de la sociedad a través de la emancipación del trabajador,
incluso cuando son obligados los sacrificios transitoriamente necesarios: “El
hecho de la hegemonía presupone indudablemente que el grupo dirigente haga
sacrificios de orden económico-corporativo, aunque también es indudable que
dichos sacrificios y tal compromiso no pueden ser lo esencial, ya que si la
hegemonía es ético-política también debe ser económica. Pero no puede tener su
fundamento en la función decisiva que ejerce el núcleo decisivo de la actividad
económica (9). Justamente Nicola Badaloni habla de una recomposición y
recuperación del marxismo por parte de Gramsci cuando en los Cuadernos de la
cárcel, en polémica con Sorel, confiere al “historicismo absoluto” el sentido
de un proceso del desarrollo revolucionario que expresa “la
emergencia-construcción de este nuevo nivel de conciencia social, madurado
potencialmente en el interior de la lucha de clases” (10).
Pero en este caso tampoco se elimina la impresión de
que, respecto a uno de los problemas cruciales de la “crisis del marxismo
teórico” (el límite manifestado por la “teoría” del empobrecimiento y de la
formación “natural” de una consciencia de clase y del “partido de la clase”), permanezca un nudo que todavía no se ha
desatado. Entre las dos “naturalezas” del trabajador sometido a la explotación
capitalista –esto es, la objetiva del asalariado y oprimido y la
(potencialmente) subjetiva de “productor”--
parece que la primera acaba siendo, de cualquier manera, asumida como un
dato inmutable durante un largo periodo y ya no interesa en su especificidad y
en sus transformaciones. Y da la impresión que se da un salto en la búsqueda,
concentrándolo todo en el proceso subjetivo de la formación de la “psicología
del productor” a través de “su” revolución intelectual y moral. De igual modo
parece que la solicitud de tal proceso de “autoconciencia” provenga (casi por
la búsqueda del “equilibrio lógico”) de la decadencia, del espíritu de
abandono, del parasitismo rampante de la vieja clase dominante –sobre todo en
las sociedades europeas-- más que por
los términos específicos del conflicto que opone el productor explotado y
oprimido con el capital, y por la evolución de dicho conflicto en lo más vivo
de la relación de explotación y opresión.
Siendo concisos: si no es mediante la tendencia, a
la larga dominante, al empobrecimiento absoluto de las clases trabajadoras; si
no es, sobre todo, a través del conflicto “primordial” entre capital y salario
(en primer lugar, como defensa de los niveles mínimos de supervivencia y
reproducción) que determina la formación de una “consciencia política” de la
clase obrera hasta la concentración de las “particulares e infinitas
fricciones” y al choque radical entre las fuerzas productivas y relaciones de
producción, por aquella vía o por aquel proceso (que no es el puramente
pedagógico o “prometeico” promovido por
la vanguardia-mito) ¿podrá el asalariado acceder a la consciencia de productor?
(11). ¿A través de qué contradicciones específicas (atinentes a la condición de
fuerza asalariada, subordinada y subalterna del trabajador concreto) no
genéricas (como las correspondientes a la condición de “fuerza productiva” en
potencial expansión y, en cierta forma, “comprendida” por las relaciones de
producción) puede realizarse el trabajador en tanto que productor y
contraponerse como alternativa creadora al capital? Si no hay respuesta a estos
interrogantes esenciales, si ello no se resuelve, el riesgo se convierte en
posponer el problema y confiar en cierto sentido en la “desaparición” de uno de
los lados de la contradicción (en este caso del capitalismo como fuerza de
propulsión) de la génesis del “sujeto revolucionario”. Es decir, la
transposición del problema de la formación de una consciencia política de la
clase obrera puede consistir en presuponer y no en “deducir” una imagen
“inmediatamente” regresiva del capitalismo sobre el plano general y, sobre
todo, en su especificidad nacional italiana. Una imagen “inmediatamente”
regresiva del proceso de concentración monopolista y de su dominio por parte
del “improductivo” capital financiero y de la burocratización de la empresa y
del Estado a costa de notables forzamientos tanto teóricos como históricos.
A la contradicción “sin salida” entre salario y
beneficio se puede sustituir, entonces, la contradicción más general y
“genérica” entre las fuerzas productivas y las relaciones de producción,
renunciando sin embargo, en alguna medida, a cualquier mediación con la
condición histórica, concreta, “del productor explotado y oprimido”. Nos parece
que una gran parte de la reflexión de Gramsci sobre la formación de una
soreliana “psicología del productor” –como premisa fundante de la maduración
del “sujeto revolucionario”-- no se escapa de tales límites de fondo.
Ciertamente, en el periodo del “Ordine nuevo”, pero también en muchos escritos
de los Cuadernos de la cárcel.
De hecho, debemos preguntarnos si con aquel modo de
proceder (y la observación no se refiere solamente a la reflexión de Gramsci
sino a otros momentos de la literatura marxista y de la praxis política del
movimiento obrero italiano, incluso en la segunda posguerra), la exaltación del
papel dirigente del productor no exija y no presuponga un análisis del
capitalismo y de su evolución marcada por la asunción de su irreducible
tendencia al “maltusianismo” y al “espíritu de renuncia”. Solamente bajo este
presupuesto el “productor” parece que
puede asumir conscientemente la propia responsabilidad de clase dirigente y, al
mismo tiempo, el trabajador explotado “puede” asumir una consciencia de
productor porque se encuentra confrontado con la deserción y la impotencia del
capital para gobernar el cambio tecnológico, económico y organizativo de la
empresa y de la sociedad civil. Con este
asunto no se crea solamente una “oportunidad” para la clase obrera sino incluso
una especie de necesidad histórica: un vacío que debe llenarse, una función en
la que se debe asumir un papel de substitución (12).
Pero si ello tiene algún fundamento, ¿no encontramos aquí una explicación, aunque
sea parcial, de algunos de los límites y de los errores que han marcado el
análisis y la iniciativa política del movimiento obrero italiano en alguna fase
(incluso posterior a los tiempos de Gramsci) de su experiencia? Y, entre estos,
en primer lugar, la obstinada repetición de una literatura, en absoluto
unilateral, del desarrollo capitalista y de sus crisis en 1919 – 1920, en 1929
– 1930, y en las del periodo de reconstrucción y restauración de la segunda
posguerra hasta la de finales de los años cincuenta. Hablamos de un análisis en
el que se cierne una versión puesta al día del “catastrofismo”: la tendencia
casi ineluctable del capitalismo “monopolista” al inmovilismo y a la parálisis que
se derivan de la fragilidad del tejido industrial italiano. Y la que está basada en la interpretación
reductiva y neoliberal de los procesos de concentración oligopolista,
entendidos como tendencia a la estagnación de la innovación y la productividad,
identificados con la “necesaria” ralentización de la investigación y el
desarrollo tecnológico.
¿Acaso no se estableció la hipótesis en la segunda
posguerra de una fase democrática de transición al socialismo en el curso de la
cual el capitalismo debería estar separado de su “superestrctura” monopolista?
El duro desmentido que este análisis y esas profecías recibieron de la realidad
del desarrollo capitalista (con sus relevantes capacidades de recuperación, a
pesar de la existencia de distorsiones y contradicciones muy diferentes de las
que se habían imaginado y, en consecuencia, de los acontecimientos concretos
del conflicto de clases) se tradujo, en muchos casos, en una dura derrota del
movimiento obrero del todavía que no se han sacado todas las enseñanzas porque
siguen inexploradas sus causas.
Podemos hacer una segunda observación. En la medida
en que un partido, con la vocación de desarrollar un papel de “vanguardia”
política, define –a partir de dichas “profecías” sobre los posibles desarrollos
del conflicto entre la clase obrera y las clases dominantes— la afirmación
entre las clases sociales reales (que
no son inmunes en sus manifestaciones a las influencias políticas e ideológicas
tanto de las sedicentes vanguardias del movimiento obrero como de las otras
fuerzas políticas y sindicales o incluso de las clases dominantes) corre el
peligro de descarrilarse. Y de precipitarse –en términos de objetivos
inmediatos a construir en el movimiento y realizarlo en los hechos-- en el pragmatismo y en lo aleatorio, huyendo
paradójicamente de los esquemas previstos y transformarse en dogmas.
¿En qué terreno y sobre qué objetivos se desarrolla
la gran lucha obrera de 1919 y 1920? ¿Con qué objetivos un tanto temerarios y
con intentos de “restauración” por la
mayoría de la FIOM ?
Por su parte, ¿qué pretendía definir el grupo dirigente del Ordine Nuevo, la defensa y extensión de
un nuevo poder político de la clase obrera en el centro de trabajo y en el
país? ¿Sobre qué planteamientos la patronal milanesa, convencida de que había
madurado la oportunidad de infligir una derrota radical a la clase obrera tanto
en sus objetivos reivindicativos inmediatos como –por ejemplo, en la reducción
drástica del horario de trabajo-- como
en las nuevas formas de organización del trabajo que intentaba ensayar? ¿O
sobre qué planteamientos construidos empíricamente por la mediación del
gobierno Giolitti que ofrecía un intercambio entre la renuncia de las
reivindicaciones inmediatas más importantes
y la promesa de una legislación sobre la “participación” de los
trabajadores en la gestión de la empresa que nunca se puso en marcha?
¿Acaso no fue todo aquello un pasaje continuo de uno
a otro “criterio” de la salida del conflicto en la consciencia de los
trabajadores empeñados en aquel choque? Más todavía ¿sobre qué proyecto
reivindicativo y político era posible construir un sistema de alianzas con las
masas campesinas y otras fuerzas sociales subalternas en torno al movimiento
consejista? Es decir, ¿una alianza que no se limitase a registrar la posible
coexistencia o la compatibilidad de reivindicaciones e instancias políticas diversas
pero que se basara en algunos objetivos realmente unificadores? Si faltaba una
conciencia colectiva y unívoca de la existencia –en la lucha de los
trabajadores en las fábricas ocupadas— de algunos objetivos prioritarios e
inmediatos, susceptibles de asumir un valor para el conjunto de las clases
subalternas y “proyectarse” a la sociedad civil ¿cómo era posible, a partir de
aquella lucha, construir lo que hoy se llamaría una estrategia unificadora y
ejercer un papel hegemónico en el gobierno del conflicto social?
A estos interrogantes (de hoy más que de ayer) no
podemos responder solamente con las reivindicaciones de la reducción del
horario de trabajo y el aumento de los salarios, ni siquiera con el objetivo en
si mismo del reconocimiento de los consejos. Reconocer los consejos: sin
embargo, ¿para conseguir qué metas de control y transformación? ¿Para alcanzar
qué objetivos de cambio de la condición obrera? Parece, a decir verdad que –al menos mirando con los ojos de hoy
aquella batalla de 1920 tanto la rica
temática reivindicativa de fábrica como
el abordar las condiciones de trabajo entonces dominantes, que era la “fuerza
motriz” de los consejos y un elemento determinante en su constitución— no encontró
en los grupos dirigentes del movimiento un lugar de síntesis y mediación
política en sus objetivos generales prioritarios.
Notas
(7) Antonio Gramsci. Cuadernos de la Cárcel. [Se recomienda la antología a cargo de Manuel Sacristán en Siglo XXI,
1977, JLLB]
(8) Lenin. ¿Qué
hacer? Editorial Progreso, Moscú.
(9) A. Gramsci. Obra citada.
(10) Nicola Badaloni. Il marxismo di Gramsci. Einaudi, 1975.
(11) Silvio Suppa. Consiglio e Statu in Gramsci e
Lenin. Dedalo Libri,1979
(12) Ni.
Badaloni. Obra citada
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