Me parece que
estas primeras observaciones se unen en parte a las de algunos escritos
relativamente recientes de la reflexión crítica sobre la “estrategia
consejista” de Gramsci en el periodo del Ordine
Nuovo.
Mario Telò
señaló particularmente la escisión entre “economía” y “política” que permanece
todavía en la concepción “ordinovista” de los consejos de fábrica y la
ausencia, en dicha concepción, de la temática reivindicativa inherente a las
condiciones de trabajo; a la contestación, aunque embrionaria, de la
organización capitalista del trabajo; a la reducción de la duración del
trabajo; a la superación del destajo; a la salvaguarda de los niveles de
empleo; y a la modificación de la relación hombre / máquina, incluso en las
plantillas de la fábrica (13). La ausencia, en suma, en la visión de Gramsci –pero
no, sin embargo, como se ha dicho en el “programa” de 1919 de los responsables
del reparto de las tareas-- del esencial
anillo de conjunción entre, de un lado, la “defensa” de la condición obrera
contra la intensificación de la explotación y la agravación del autoritarismo
de la jerarquía en la empresa y, de otro lado, la acción consciente de la
transformación de la sociedad y el Estado (14).
De hecho, el
presupuesto conceptual del que arranca la reflexión de Gramsci es la
desconfianza “teórica” en la contradicción salario / beneficio en tanto que
contradicción resolutiva y su substitución con la contradicción general entre las
fuerzas productivas y las relaciones de producción en la que podría
desarrollarse “autónomamente” y por “autoeducación” el lado subjetivo y consciente de la fuerza
productiva principal donde el trabajador
construye las premisas de una “psicología de productor”. De ahí que
parezca conducir, en definitiva, a una especie de desatención en la “crónica
reivindicativa” de las luchas de fábrica. Y, más en general, en los contrastes
del “magma” donde maduran y se alternan –incluso en la consciencia de los
trabajadores asalariados— las contradicciones específicas que, de vez en
cuando, asumen un papel predominante en una organización del trabajo en
incesante trasformación.
De ahí la
dificultad de Gramsci y del Ordine Nuevo
de entender completamente el papel que tiende necesariamente a asumir en la
historia del conflicto de clase (abrumando a veces el tradicional e
ineliminable conflicto entre salario y beneficio), la respuesta directa y
específica del lado opresivo y alienante de la relación de trabajo asalariado.
Es decir, la repetida separación de sus viejos y nuevos “instrumentos de
producción” que el trabajador está obligado a soportar: la expropiación de su
cultura, de su creatividad, de su saber hacer, de su libertad concreta,
históricamente conquistada en la relación de trabajo. No sólo –y no sólo tanto—
la expropiación de su plusvalía (15). Por
otro lado, esta comprensión aparece casi impedida por un análisis del
capitalismo (y particularmente por el capitalismo en una economía
subdesarrollada y ampliamente permeabilizada por estratificaciones sociales
parasitarias donde Gramsci coincide con Lenin) donde predomina la preocupación
por captar los aspectos de decadencia y
“de renuncia a la propia misión” de las clases dominantes que se identifican
con el sistema capitalista.
Sobre este
punto se realiza tanto en Gramsci como en Lenin una inversión de la relación
marxiana entre fábrica y sociedad. O, al menos, así nos lo parece: no es ya la
gran fábrica mecanizada la que expresa, en su interior, una irreducible y
creciente dicotomía, manifestando en su
estructura general y en su relación de opresión un límite creciente no sólo
para la libertad del trabajador, sino por la misma productividad del trabajo.
No es ya la gran fábrica mecanizada la que expresa, en un régimen capitalista,
su intrínseca “irracionalidad” para proyectarla
a toda la sociedad: “Es una cuestión de vida o muerte”, escribía Marx “[ … ]
Sí, la gran industria fuerza a la sociedad, bajo pena de muerte, a sustituir al
individuo aplastado, supeditado al tormento de
una función productiva de cada tarea con el individuo integral que sepa
afrontar las exigencias más diversificadas del trabajo en sus funciones
alternas” (16). Para Gramsci, sin embargo, la gran fábrica organizada es un
conjunto racional y funcional y, en su totalidad, una fuerza productiva
homogénea –aunque provisionalmente pueda estar privada de un timonel capaz de
emprender-- y contrapuesta a un “mundo externo”, a una clase dominante
“absentista” que oprime sus potencialidades.
No había
solamente malicia en la polémica cita de un artículo de Gramsci sobre L´operaio di fabbrica, años más tarde,
por parte de Guido Carli. Carli, siendo
presidente de la
Confindustria , reivindicaba el papel central de la empresa
como una “comunidad de intereses” contrapuesta a la sociedad y al Estado que, según
él, estaban amenazados de disgregación. “La clase obrera se ha identificado con
la producción, se ha identificado con la
fábrica”, escribía Gramsci. “El proletariado no puede vivir sin trabajar
metódica y ordenadamente. La división del trabajo ha creado la unidad psicológica de la clase obrera, ha creado en el mundo proletario la
solidaridad de clase; el proletario cuanto más se especializa en un gesto
profesional tanto más siente que es la célula
de un cuerpo organizado [ … ] tanto más
siente la necesidad de que todo el mundo sea como una única e inmensa fábrica,
organizada con la misma precisión, el mismo método, el mismo orden que verifica
como vital que allá donde está trabajando
(las cursivas son de Bruno Trentin) (17). Gobetti observará correctamente que la concepción ordinovista
de los consejos acababa reconociendo como “naturales” las jerarquías de la
organización capitalista del trabajo y que los obreros comunistas
“interviniendo desde la fábrica asumían la herencia de la tradición burguesa,
proponiéndose no sólo crear desde la nada una nueva economía sino reemprender y continuar los progresos
de la técnica productiva que habían alcanzado los industriales (cursivas de
Bruno Trentin) (18).
Quizás se
comprende mejor, cómo bajo este prisma, la redefinición de la relación fábrica
/ sociedad, contenida en la teoría gramsciana de los consejos, es incapaz de
arañar el límite económico que parece encorsetar ineluctablemente la acción del
sindicato tradicional, y por otra parte no lo cuestiona. Para Gramsci también
se trata de tomar nota del carácter, en aquel momento irremediablemente
corporativo del sindicato, como alternativa al rol público y de “gobierno” que
aguardaba a los consejos, como un dato y un límite ineliminables respecto al
cual hay que establecer una rígida distinción en vez de una radical
contestación. Por ello se comprende también hasta qué punto se confirma, en la
concepción de Gramsci, la escisión
que está presente también en la ideología del sindicalismo reformista, entre el
momento de la producción (racional) y el de la distribución (irracional y
anárquica); entre la fábrica (racional)
y el Estado (cada vez más impotente para expresar un gobierno de la clase
capitalista y que prevalezca en ésta los intereses “productivos” sobre los
intereses “parasitarios”). Y, consecuentemente, cómo el límite representado por
la ideología marxista de las relaciones capitalistas de producción, que tienden
a comprimir el desarrollo de las “fuerzas productivas”, se identifique y se
“subjetivice” en el fracaso político de una clase dominante, incapaz de
realizar con la planificación en la esfera de la producción esta racionalidad
ya alcanzada en la gran fábrica, globalmente asumida como fuerza productiva
plenamente realizada.
En ese
sentido, sin embargo, como ya se ha visto, la relación entre la fábrica y la
sociedad se invierte a lo previsto por la teoría de Marx. No obstante, nos
parece que también lo es con respecto a
la actividad histórica –tanto del desarrollo de la lucha de clases y sus
pulsiones reivindicativas como del proceso concreto de formación-- entre los asalariados con una consciencia de
clase en relación directa con los “antagonismos inmanentes” al modo de
producción dominante en una fase determinada del desarrollo industrial. De hecho,
en la ideología ordinovista no parte de los contenidos específicos, incluso
cuando no son eficaces, de la contestación obrera a la “irracionalidad” de la
fábrica y de su “autarquía opresiva”, que uniendo la lucha defensiva de
naturaleza salarial con la acción política para modificar las relaciones de
poder en el reparto de las funciones intenta exportar, fuera de la fábrica, una
propuesta de liberación de la clase obrera (19). Sin embargo, se parte en la
tesis ordinovista de la recurrente tentación de reconducir la sociedad civil a
las dimensiones de la fábrica. Sobre todo cuando estas tesis propugnan la
necesidad de transportar la “racionalidad” taylorista de la gran fábrica
(asumida substancialmente como un dato objetivo y neutro como si fuera una máquina)
a toda la sociedad y a la organización del Estado.
Lo que, en
este punto, cambia de signo en la
dirección general de la sociedad, con respecto al “proyecto” taylorista y
fordista, viene –al menos durante una fase histórica-- de la existencia de un nuevo sujeto en el
“puente de mando”. Un nuevo sujeto, consciente de los vínculos, capaces de ser
asumidos voluntariamente, que imponen la “técnica” y la organización del
trabajo. Y, por ello, la clase de los productores es más consciente y más
libre. Pero, de ese modo, también corre el peligro –a pesar de la extrema
riqueza de la investigación gramsciana sobre las estratificaciones sociales de
la realidad italiana y sobre todo de sus connotaciones ideológicas— de partir
en dos a la sociedad, de tipo puramente conceptual. Es decir, una ruptura que
reprime el único mundo exterior de la fábrica “racional” en el área
improductiva y, por tanto, parasitaria.
El
“neocatastrofismo” que se esconde dentro de la contradicción entre la fábrica
moderna “sin jefes” y una sociedad en vías de disgregación comporta, de hecho,
una contraposición entre “fuerzas productivas” y “fuerzas parasitarias” es más “ideológica” que real. Es una
contraposición que acaba constituyendo un límite sustancial en la construcción
de una alianza entre la clase obrera y las otras clases subordinadas (20).
Por ello hay
que preguntarse si este límite no pesó, en una medida substancial, a la hora de
determinar el substancial* fallo de los intentos de construir un frente de
alianzas, en primer lugar con las masas campesinas, en torno al movimiento
consejista, en los años veinte del siglo XX. Este límite pesó tanto en la
ausencia de un “proyecto político” unificador que el mismo Gramsci lo lamentó
más tarde cuando reflexionó sobre aquella gran experiencia.
Notas
(13) Mario
Telò. Strategia consigliare e sviluppo
capitalistico in Gramsci. Problemas del socialismo, núm. 2 (1976)
(14) Ibidem. Il Bienio rosso.
(15) A.
Gramsci. Il consiglio di fabbrica. L´Ordine nuevo, Junio de 1920.
(16) Karl
Marx. El Capital.
(17) A.
Gramsci. La settimana política. L´operaio
di fabbrica. L´Ordine nuevo. Febrero de 1920.
(18) Piero
Gobetti. La rivoluzione liberale.
Einaudi, 1995.
(19) Ver
Maione, obra ya citada.
(20) Mario
Telò. Obra ya citada.
* Nota del
Traductor. Trentin repite la palabra ´substancial´ dos veces en la misma frase.
Comoquiera que parece darle un carácter concreto y fuerte, no seré yo quien le
maquille el texto buscando sinónimos [JLLB]
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