jueves, 14 de junio de 2012

CAPÍTULO 11. REPENSAR EL TRABAJO DESPUÉS DE TAYLOR







Esperamos haber puesto de manifiesto las razones de una convicción largamente madurada y el objetivo de una investigación sobre la problemática de la liberación del trabajo en las culturas de la izquierda socialista entre las dos guerras mundiales que ampliaremos en la segunda parte de este libro.

Una de las raíces de la crisis de identidad de la izquierda en la Europa occidental, y que asume formas incluso paroxísticas en el caso italiano, reside en el hecho de que, mucho antes del fracaso (y después la explosión) de los sistemas autoritarios del “socialismo real” dieran el tiro de gracia, el modelo taylorista-fordista y sus culturas productivistas, industrialistas y evolucionistas estaban frenando la actividad de los movimientos sociales y políticos que, estando a la espera del socialismo, actuaban de cara a una mejor distribución de los recursos producidos por este modelo “neutro” y científico de organización de la empresa y la sociedad. Ello pudo suceder, dejando muchas de las fuerzas de la izquierda occidental sin un proyecto creíble y triunfante en las cuestiones cruciales del trabajo y de su libertad, porque las fuerzas principales de la izquierda construyeron sobre el modelo taylorista-fordista una parte fundamental de sus estrategias de transición e incluso de sus prefiguraciones de una sociedad “desarrollada”.

Cierto, esta no es la historia de toda la izquierda. Este ensayo no tendría ningún sentido si fuera el testimonio de un desconsolado y sabiondo observador que predica en el desierto. Por el contrario, la historia de toda la izquierda –incluso de las cuestiones que hemos evocado--  está plagada de intentos y fracasos, de búsqueda de otras vías y de conflictos internos, incluso lacerantes, sobre los caminos a recorrer para construir una alternativa que gane la partida a la ideología fordista y taylorista. De ahí que sea necesaria, hoy,  una reflexión crítica del pasado y solicitar una nueva mirada sobre aquellas ideas y esperanzas concretas, sobre aquellos trabajos culturales que fracasaron en el intento.      

Se trata, en suma, de partir de la conciencia de que las posiciones asumidas por el movimiento obrero en Occidente (o, al menos, por las tendencias culturales y políticas dominantes) en torno al taylorismo y al fordismo constituyeron realmente el reflejo de la primacía de una determinada corriente ideológica y no la expresión de una cultura monolítica de la izquierda y del sindicato. Sin embargo, estuvieron marcadas –incluso en la cuestión del trabajo--  por amplias y lacerantes divisiones entre las diversas estrategias y las diferentes búsquedas. Podríamos decir que entre diversas “utopías” de la liberación del trabajo que arrastraban consigo opciones cada vez más radicalmente alternativas. Como la alternativa entre la primacía del desarrollo y de las libertades individuales y la igualdad de oportunidades. Como la alternativa entre el desarrollo ininterrumpido de las fuerzas productivas y la asunción de límites al desarrollo sobre la base de la salvaguarda del equilibrio ecológico, pero también de la integridad psicofísica de la persona humana y sus enormes potencialidades. Como la alternativa entre la primacía de la superación de la explotación (la expropiación de un plusproducto del valor superior al salario) y el primado de la respuesta a la alienación concreta existente en la relación de opresión que predetermina la cualidad del trabajo. O, en definitiva, la alternativa entre derechos y libertades individuales, de un lado, y la “igualdad de resultados” como precondición para el ejercicio de tales derechos, de otro lado. Estas diversas antinomias pueden resumirse en la que ha sido determinante y ha lacerado durante dos siglos la cultura socialista: ¿la superación de la alienación es posible solamente más allá de la sociedad industrial, en los espacios que ha dejado libres el sistema de trabajo predeterminado? ¿O ello es el resultado de un camino –ciertamente, gradual e incierto--  pero inmediatamente posible? ¿También, y en primer lugar,  en aquella parte de la vida humana que tanto incide en su existencia, en su cultura, en sus deseos y en sus percepciones: el trabajo compartido con los demás?

Cuando hablo de alienación en el trabajo y de liberación del trabajo en las relaciones de producción, me refiero, ciertamente, casi exclusivamente a las culturas de inspiración socialistas (comprendidas las corrientes anarquistas y libertarias). Singularmente las culturas liberales, incluso las más avanzadas en el terreno de la democracia política y de las libertades individuales eliminaron el tema del trabajo como fuente de un derecho de ciudadanía,  haciendo dejación de la dura herencia de una tradición de pensamiento que hacía de la propiedad la primera de las libertades inalienables, subordinando a la propiedad (como factor de independencia), la pertenencia a la “ciudad”. Sin embargo, una cosa es cierta. Con la crisis del sistema taylorista de organización del management y del trabajo en todos los centros de la actividad colectiva –en la fábrica, en la administración pública; con los límites de los modelos fordistas de organización de las economías y del gobierno de los procesos productivos; con el desvelamiento  las implicaciones autoritarias, en última instancia, en los procesos de “racionalización” que afectó a todas las naciones industriales de Occidente y en el “desencanto”  del mundo profetizado por Max Weber; con el resurgir –tanto en las naciones occidentales como en los países del Este europeo--  de imponentes movimientos para afirmar nuevos derechos civiles contra la primacía del desarrollo sin límites y contra un igualitarismo de los “resultados”, que negaba los derechos y las diversidades; con tales convulsiones de un escenario que había conocido la hegemonía de los sistemas “científicos” de organización de la producción, de los poderes y de los saberes … todas estas antinomias se volvieron a proponer en unos términos todavía más dramáticos para las culturas de toda la  izquierda. No sólo las de tradición socialista. La izquierda está nuevamente convocada a ajustar las cuentas a estas antinomias en el momento en que acusa los más graves retrasos, sin percibir el enorme alcance de los cambios en una sociedad civil que había relegado en su memoria como un dato inmutable durante un largo periodo; y en el momento que reconoce su propia impotencia para gobernar dichos cambios, también porque el escenario que establece, para una gran parte de la izquierda constituía no una fase contingente y contradictoria de la organización de la producción y de las sociedades industriales sino un proceso objetivo que estaba fijado por las leyes de la historia y de la ciencia. No era una contingencia sino un dogma.

Ajustar las cuentas con las antinomias del pasado, que vuelven hoy con una fuerza acrecentada y con nuevos y cambiantes contenidos, quiere decir, para una gran parte de la izquierda contemporánea, tomar conciencia de su propia subalternidad cultural a un dogma que reflejaba solamente el éxito --no inevitable, no “irresistible”-- de una ideología de las clases dominantes en una determinada fase de la historia. Tomar conciencia, también, del hecho de que tampoco está “escrito en la historia” la salida de la actual crisis de dichas ideologías y de los modelos de sociedad que ha inspirado; ni la afirmación “irresistible” de un único y determinado modelo de organización social que tome el relevo.

Si la izquierda consigue tomar plenamente conciencia de su profunda subalternidad cultural al taylorismo y al fordismo podrá “procesar” su pena. Y liberarse simultáneamente de los errores ideológicos que el taylorismo y el fordismo han desmentido; en primer lugar, en los países del socialismo real. Como la propiedad estatal de los medios de producción como condición para reducir la explotación y, sobre todo, la opresión del trabajo humano. O como la lucha ilusoria contra los beneficios a través del arma del salario, independientemente del destino de los beneficios y del tipo de servicios y derechos que el aumento de los salarios permitía conseguir o ejercer. O como el progresivo enclaustramiento del quehacer político en el estrecho ámbito de las medidas distributivas, utilizadas para compensar el defectuoso uso de algunos derechos y no para promover su propio ejercicio, incidiendo, también así, en la organización del trabajo de los hombres y las mujeres, con el fin de conseguir resultados económicos ventajosos para el mayor número de personas. Esta toma de conciencia y esta “desgracia” no son, desgraciadamente, procesos completos. Sobre todo en Italia. Prevalece todavía en gran parte de la izquierda –socialista y liberaldemocrática— la remoción de tales exigencias. Como si se tratase solamente de pasar página de golpe y porrazo sin conocer completamente qué hay que dejar y qué se debe conservar de todo aquello que la historia de los hombres de la izquierda, con sus lacerantes conflictos internos, han escrito en las épocas precedentes.

Tal es el convencimiento que nos ha llevado a emprender esta investigación como la de Gramsci y la izquierda europea frente al “fordismo” en la primera posguerra, [se trata de la segunda parte de este libro, JLLB], deliberadamente unilateral en su análisis porque su objetivo es poner al desnudo las aporías, los retrasos y las contradicciones que muchos hombres de la izquierda han eliminado durante décadas y décadas, de los que muchos de ellos, todavía hoy, ni siquiera tienen plena conciencia. Mirar al futuro, contribuir a construir el futuro no será cosa fácil para una izquierda que conserve estos “cadáveres en el armario” y su mala conciencia. De hecho, son “handicaps” que, en cada paso, corren el peligro de oscurecer su misma capacidad de percepción del presente, con sus incesantes transformaciones, en primer lugar en la conciencia de los hombres y mujeres que viven en sociedad.

Nos aguardan grandes opciones que necesitan desarrollarse con lucidez, decisión y el rigor de quien sabe medirse con unos vínculos no piadosos impuestos por una disponibilidad, limitada e incierta, de recursos; y ello frente a las fluctuaciones, a menudo incontrolables, de los mercados mundiales, a las terribles ineficiencias de la máquina pública, a las perdurables injusticias de la política fiscal y la distribución, frecuentemente discrecional, de las transferencias y servicios a los ciudadanos. Es decir, las grandes opciones de reformas de la sociedad en la que vivimos. Que debemos construir con el consenso de una gran mayoría que debe ser conquistada, no mediante la ilusión para satisfacer una suma de intereses entre ellos inevitablemente en conflicto sino a través de una batalla cultural y moral. Con la idea de encontrar –en el interés común de la realización efectiva de los grandes derechos universales (privilegiando a los excluidos y más desventajados, incidiendo en las pequeñas y grandes áreas de privilegio— las razones de un nuevo pacto de solidaridad entre los ciudadanos. Pero, en primer lugar, de los ciudadanos que viven de su propio trabajo o que aspiran a encontrar una ocupación cualificada. Un nuevo compromiso social entre las fuerzas que concurren a crear la riqueza de de un país mediante mercancías, servicios, cultura, conocimientos debe ser la pista de aterrizaje, no la premisa de este pacto de solidaridad entre los diversos sujetos del mundo del trabajo, para conquistar una efectiva igualdad de oportunidades en el ejercicio de los derechos individuales y colectivos de validez universal.

Sólo mediante tal enfoque, que recupere la dimensión ética y cultural del quehacer político, la izquierda podrá llegar a ser, por primera vez, la protagonista, no de la defensa de raquítica de un Estado social de las corporaciones, que ya se ha convertido en la fuente de desigualdades y nuevas exclusiones. Se trata de la reforma de un Estado social hacia la creación de una “sociedad solidaria de las oportunidades”, capaz de superar las crecientes distorsiones y prevaricaciones que los sistemas dominantes en la gestión burocrática de las instituciones sociales determinan en la erogación de las rentas y los servicios, basándose en la ignorancia –propia de los sistemas “asegurativos”--  de las diversas condiciones de partida de las personas, de las distintas expectativas personales de promoción cultural, de las diferentes expectativas de vida, de las diversas aspiraciones de las personas a realizar sus propias actitudes potenciales tanto en el trabajo como en la vida en comunidad.

“Personalizar” la intervención de una “sociedad de las oportunidades” con el concurso de las instituciones públicas, de las comunidades locales, de las asociaciones del voluntariado, de las empresas privadas y colectivas que acepten  las reglas comunes que dicta la colectividad, con la contribución financiera general de la colectividad y sobre la base de una solidaridad transparente, explícitamente finalista para la consecución de sus objetivos específicos. Lo que quiere decir poder afrontar de manera descentralizada, pero en un solo contexto,  en un gran proyecto unitario los grandes temas de la enseñanza, de la formación permanente y de la relación entre la enseñanza y la industria; de la protección social, en función de la ampliación de las expectativas de la vida activa, pero en primer lugar para combatir los riesgos de marginación y la muerte precoz. Con reglamentaciones del mercado de trabajo con la certeza de reglas y derechos, dando, a quien efectivamente está expuesto a trabajos temporales, mayores ocasiones de promoción profesional y derechos efectivos de codeterminación de su propio trabajo y un apoyo colectivo en la búsqueda de un nuevo empleo más cualificado.

Sólo con un enfoque similar será posible definir una política de pleno empleo que no separe en adelante la creación de nuevas ocasiones de trabajo de la mejora de la calidad del empleo, del crecimiento de sus espacios de autonomía y de participación en las decisiones (y no en los beneficios) de la empresa.

Sólo con un enfoque similar, una izquierda moderna podrá utilizar los instrumentos fundamentales de la investigación, de la formación, de los incentivos a la innovación (no sólo de la tecnología, también de la  organización del trabajo). Se trata de promover la actividad de investigación, la socialización de las innovaciones, las sinergias en los proyectos a nivel europeo, la actividad de formación permanente y, sobre todo, las transformaciones de la organización del trabajo que valoricen –incluso a través de la negociación colectiva--  el papel y la autonomía de la persona que trabaja, favoreciendo su participación ante todo en la programación de su propio trabajo, animándolo a la finalización de políticas salariales y de nuevos regímenes de horarios de trabajo.  

De esta manera se pueden construir las premisas de una auténtica reforma institucional de la sociedad civil  que, partiendo de una nueva legislación de derechos civiles y sociales con la acción positiva que la haga posible, defina las reglas que deben garantizar sus funciones, la representatividad y la vida democrática interna de las asociaciones (desde el sindicato al voluntariado) y los códigos de comportamiento de las empresas  que operan en el mercado social. Solamente el comienzo de dicha reforma institucional de la sociedad civil del próximo siglo XXI podrá nutrir las ideas-fuerza para que la reforma sea duradera.

Por esta vía, la progresiva liberación del trabajo de los cepos más gravosos que obstaculizan la libre expresión de la persona puede crearse un proyecto creíble de transformación  de la vida cotidiana. Un proyecto de transformación de esta sociedad. Y no una promesa engañosa que todo lo confía a las generaciones venideras con el objetivo de justificar las renuncias y sacrificios de quien sufre, aquí y ahora, no los costes necesarios de una política reformadora sino las desigualdades y las “mutilaciones” que produce un ingobernable estado de las cosas.



Nota de JLLB. Con este capítulo se cierra la primera parte del libro. La segunda seguirá su curso en este mismo blog. Su título es “Gramsci y la izquierda europea frente al fordismo en la primera posguerra”.   

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