Esperamos haber puesto de manifiesto las razones de
una convicción largamente madurada y el objetivo de una investigación sobre la
problemática de la liberación del trabajo en las culturas de la izquierda
socialista entre las dos guerras mundiales que ampliaremos en la segunda parte
de este libro.
Una de las raíces de la crisis de identidad de la
izquierda en la Europa
occidental, y que asume formas incluso paroxísticas en el caso italiano, reside
en el hecho de que, mucho antes del fracaso (y después la explosión) de los
sistemas autoritarios del “socialismo real” dieran el tiro de gracia, el modelo
taylorista-fordista y sus culturas productivistas, industrialistas y
evolucionistas estaban frenando la actividad de los movimientos sociales y
políticos que, estando a la espera del socialismo, actuaban de cara a una mejor
distribución de los recursos producidos por este modelo “neutro” y científico
de organización de la empresa y la sociedad. Ello pudo suceder, dejando muchas
de las fuerzas de la izquierda occidental sin un proyecto creíble y triunfante
en las cuestiones cruciales del trabajo y de su libertad, porque las fuerzas
principales de la izquierda construyeron sobre el modelo taylorista-fordista
una parte fundamental de sus estrategias de transición e incluso de sus
prefiguraciones de una sociedad “desarrollada”.
Cierto, esta no es la historia de toda la izquierda.
Este ensayo no tendría ningún sentido si fuera el testimonio de un desconsolado
y sabiondo observador que predica en el desierto. Por el contrario, la historia
de toda la izquierda –incluso de las cuestiones que hemos evocado-- está plagada de intentos y fracasos, de
búsqueda de otras vías y de conflictos internos, incluso lacerantes, sobre los
caminos a recorrer para construir una alternativa que gane la partida a la
ideología fordista y taylorista. De ahí que sea necesaria, hoy, una reflexión crítica del pasado y solicitar
una nueva mirada sobre aquellas ideas y esperanzas concretas, sobre aquellos
trabajos culturales que fracasaron en el intento.
Se trata, en suma, de partir de la conciencia de que
las posiciones asumidas por el movimiento obrero en Occidente (o, al menos, por
las tendencias culturales y políticas dominantes) en torno al taylorismo y al
fordismo constituyeron realmente el reflejo de la primacía de una determinada
corriente ideológica y no la expresión de una cultura monolítica de la
izquierda y del sindicato. Sin embargo, estuvieron marcadas –incluso en la
cuestión del trabajo-- por amplias y
lacerantes divisiones entre las diversas estrategias y las diferentes
búsquedas. Podríamos decir que entre diversas “utopías” de la liberación del
trabajo que arrastraban consigo opciones cada vez más radicalmente
alternativas. Como la alternativa entre la primacía del desarrollo y de las
libertades individuales y la igualdad de oportunidades. Como la alternativa
entre el desarrollo ininterrumpido de las fuerzas productivas y la asunción de
límites al desarrollo sobre la base de la salvaguarda del equilibrio ecológico,
pero también de la integridad psicofísica de la persona humana y sus enormes
potencialidades. Como la alternativa entre la primacía de la superación de la
explotación (la expropiación de un plusproducto del valor superior al salario)
y el primado de la respuesta a la alienación concreta existente en la relación
de opresión que predetermina la cualidad del trabajo. O, en definitiva, la
alternativa entre derechos y libertades individuales, de un lado, y la
“igualdad de resultados” como precondición para el ejercicio de tales derechos,
de otro lado. Estas diversas antinomias pueden resumirse en la que ha sido
determinante y ha lacerado durante dos siglos la cultura socialista: ¿la
superación de la alienación es posible solamente más allá de la sociedad industrial, en los espacios que ha dejado
libres el sistema de trabajo predeterminado? ¿O ello es el resultado de un
camino –ciertamente, gradual e incierto--
pero inmediatamente posible? ¿También, y en primer lugar, en aquella parte de la vida humana que tanto
incide en su existencia, en su cultura, en sus deseos y en sus percepciones: el trabajo compartido con los demás?
Cuando hablo de alienación en el trabajo y de
liberación del trabajo en las relaciones de producción, me refiero,
ciertamente, casi exclusivamente a las culturas de inspiración socialistas
(comprendidas las corrientes anarquistas y libertarias). Singularmente las
culturas liberales, incluso las más avanzadas en el terreno de la democracia
política y de las libertades individuales eliminaron el tema del trabajo como fuente de un derecho de
ciudadanía, haciendo dejación de la
dura herencia de una tradición de pensamiento que hacía de la propiedad la
primera de las libertades inalienables, subordinando a la propiedad (como
factor de independencia), la pertenencia a la “ciudad”. Sin embargo, una cosa
es cierta. Con la crisis del sistema taylorista de organización del management
y del trabajo en todos los centros de la actividad colectiva –en la fábrica, en
la administración pública; con los límites de los modelos fordistas de
organización de las economías y del gobierno de los procesos productivos; con
el desvelamiento las implicaciones
autoritarias, en última instancia, en los procesos de “racionalización” que afectó
a todas las naciones industriales de Occidente y en el “desencanto” del mundo profetizado por Max Weber; con el
resurgir –tanto en las naciones occidentales como en los países del Este
europeo-- de imponentes movimientos para
afirmar nuevos derechos civiles contra la primacía del desarrollo sin límites y
contra un igualitarismo de los “resultados”, que negaba los derechos y las
diversidades; con tales convulsiones de un escenario que había conocido la
hegemonía de los sistemas “científicos” de organización de la producción, de
los poderes y de los saberes … todas estas antinomias se volvieron a proponer
en unos términos todavía más dramáticos para las culturas de toda la izquierda. No sólo las de tradición
socialista. La izquierda está nuevamente convocada a ajustar las cuentas a
estas antinomias en el momento en que acusa los más graves retrasos, sin
percibir el enorme alcance de los cambios en una sociedad civil que había
relegado en su memoria como un dato inmutable durante un largo periodo; y en el
momento que reconoce su propia impotencia para gobernar dichos cambios, también
porque el escenario que establece, para una gran parte de la izquierda
constituía no una fase contingente y contradictoria de la organización de la
producción y de las sociedades industriales sino un proceso objetivo que estaba
fijado por las leyes de la historia y de la ciencia. No era una contingencia
sino un dogma.
Ajustar las cuentas con las antinomias del pasado,
que vuelven hoy con una fuerza acrecentada y con nuevos y cambiantes
contenidos, quiere decir, para una gran parte de la izquierda contemporánea,
tomar conciencia de su propia subalternidad cultural a un dogma que reflejaba
solamente el éxito --no inevitable, no “irresistible”-- de una ideología de las
clases dominantes en una determinada fase de la historia. Tomar conciencia,
también, del hecho de que tampoco está “escrito en la historia” la salida de la
actual crisis de dichas ideologías y de los modelos de sociedad que ha
inspirado; ni la afirmación “irresistible” de un único y determinado modelo de
organización social que tome el relevo.
Si la izquierda consigue tomar plenamente conciencia
de su profunda subalternidad cultural al taylorismo y al fordismo podrá
“procesar” su pena. Y liberarse simultáneamente de los errores ideológicos que
el taylorismo y el fordismo han desmentido; en primer lugar, en los países del
socialismo real. Como la propiedad estatal de los medios de producción como
condición para reducir la explotación y, sobre todo, la opresión del trabajo
humano. O como la lucha ilusoria contra los beneficios a través del arma del
salario, independientemente del destino de los beneficios y del tipo de
servicios y derechos que el aumento de los salarios permitía conseguir o
ejercer. O como el progresivo enclaustramiento del quehacer político en el
estrecho ámbito de las medidas distributivas, utilizadas para compensar el
defectuoso uso de algunos derechos y no para promover su propio ejercicio,
incidiendo, también así, en la organización del trabajo de los hombres y las
mujeres, con el fin de conseguir resultados económicos ventajosos para el mayor
número de personas. Esta toma de conciencia y esta “desgracia” no son,
desgraciadamente, procesos completos. Sobre todo en Italia. Prevalece todavía
en gran parte de la izquierda –socialista y liberaldemocrática— la remoción de
tales exigencias. Como si se tratase solamente de pasar página de golpe y
porrazo sin conocer completamente qué hay que dejar y qué se debe conservar de
todo aquello que la historia de los hombres de la izquierda, con sus lacerantes
conflictos internos, han escrito en las épocas precedentes.
Tal es el convencimiento que nos ha llevado a
emprender esta investigación como la de Gramsci
y la izquierda europea frente al “fordismo” en la primera posguerra, [se
trata de la segunda parte de este libro, JLLB], deliberadamente unilateral en
su análisis porque su objetivo es poner al desnudo las aporías, los retrasos y
las contradicciones que muchos hombres de la izquierda han eliminado durante décadas
y décadas, de los que muchos de ellos, todavía hoy, ni siquiera tienen plena
conciencia. Mirar al futuro, contribuir a construir el futuro no será cosa
fácil para una izquierda que conserve estos “cadáveres en el armario” y su mala
conciencia. De hecho, son “handicaps” que, en cada paso, corren el peligro de
oscurecer su misma capacidad de percepción del presente, con sus incesantes
transformaciones, en primer lugar en la conciencia de los hombres y mujeres que
viven en sociedad.
Nos aguardan grandes opciones que necesitan
desarrollarse con lucidez, decisión y el rigor de quien sabe medirse con unos
vínculos no piadosos impuestos por una disponibilidad, limitada e incierta, de
recursos; y ello frente a las fluctuaciones, a menudo incontrolables, de los
mercados mundiales, a las terribles ineficiencias de la máquina pública, a las
perdurables injusticias de la política fiscal y la distribución, frecuentemente
discrecional, de las transferencias y servicios a los ciudadanos. Es decir, las
grandes opciones de reformas de la sociedad en la que vivimos. Que debemos
construir con el consenso de una gran mayoría que debe ser conquistada, no
mediante la ilusión para satisfacer una suma de intereses entre ellos
inevitablemente en conflicto sino a través de una batalla cultural y moral. Con
la idea de encontrar –en el interés común de la realización efectiva de los
grandes derechos universales (privilegiando a los excluidos y más
desventajados, incidiendo en las pequeñas y grandes áreas de privilegio— las
razones de un nuevo pacto de solidaridad entre los ciudadanos. Pero, en primer
lugar, de los ciudadanos que viven de su propio trabajo o que aspiran a
encontrar una ocupación cualificada. Un nuevo compromiso social entre las
fuerzas que concurren a crear la riqueza de de un país mediante mercancías,
servicios, cultura, conocimientos debe ser la pista de aterrizaje, no la
premisa de este pacto de solidaridad entre los diversos sujetos del mundo del
trabajo, para conquistar una efectiva igualdad de oportunidades en el ejercicio
de los derechos individuales y colectivos de validez universal.
Sólo mediante tal enfoque, que recupere la dimensión
ética y cultural del quehacer político, la izquierda podrá llegar a ser, por
primera vez, la protagonista, no de la defensa de raquítica de un Estado social
de las corporaciones, que ya se ha convertido en la fuente de desigualdades y
nuevas exclusiones. Se trata de la reforma de un Estado social hacia la
creación de una “sociedad solidaria de las oportunidades”, capaz de superar las
crecientes distorsiones y prevaricaciones que los sistemas dominantes en la
gestión burocrática de las instituciones sociales determinan en la erogación de
las rentas y los servicios, basándose en la ignorancia –propia de los sistemas “asegurativos”-- de las diversas condiciones de partida de las
personas, de las distintas expectativas personales de promoción cultural, de
las diferentes expectativas de vida, de las diversas aspiraciones de las
personas a realizar sus propias actitudes potenciales tanto en el trabajo como
en la vida en comunidad.
“Personalizar” la intervención de una “sociedad de
las oportunidades” con el concurso de las instituciones públicas, de las
comunidades locales, de las asociaciones del voluntariado, de las empresas
privadas y colectivas que acepten las
reglas comunes que dicta la colectividad, con la contribución financiera
general de la colectividad y sobre la base de una solidaridad transparente,
explícitamente finalista para la consecución de sus objetivos específicos. Lo
que quiere decir poder afrontar de manera descentralizada, pero en un solo contexto, en un gran proyecto unitario los grandes
temas de la enseñanza, de la formación permanente y de la relación entre la
enseñanza y la industria; de la protección social, en función de la ampliación
de las expectativas de la vida activa, pero en primer lugar para combatir los
riesgos de marginación y la muerte precoz. Con reglamentaciones del mercado de
trabajo con la certeza de reglas y derechos, dando, a quien efectivamente está
expuesto a trabajos temporales, mayores ocasiones de promoción profesional y
derechos efectivos de codeterminación de su propio trabajo y un apoyo colectivo
en la búsqueda de un nuevo empleo más cualificado.
Sólo con un enfoque similar será posible definir una
política de pleno empleo que no separe en adelante la creación de nuevas
ocasiones de trabajo de la mejora de la calidad del empleo, del crecimiento de
sus espacios de autonomía y de participación en las decisiones (y no en los
beneficios) de la empresa.
Sólo con un enfoque similar, una izquierda moderna
podrá utilizar los instrumentos fundamentales de la investigación, de la
formación, de los incentivos a la innovación (no sólo de la tecnología, también
de la organización del trabajo). Se
trata de promover la actividad de investigación, la socialización de las
innovaciones, las sinergias en los proyectos a nivel europeo, la actividad de
formación permanente y, sobre todo, las transformaciones de la organización del
trabajo que valoricen –incluso a través de la negociación colectiva-- el papel y la autonomía de la persona que
trabaja, favoreciendo su participación ante todo en la programación de su
propio trabajo, animándolo a la finalización de políticas salariales y de
nuevos regímenes de horarios de trabajo.
De esta manera se pueden construir las premisas de
una auténtica reforma institucional de la
sociedad civil que, partiendo de una
nueva legislación de derechos civiles y sociales con la acción positiva que la
haga posible, defina las reglas que deben garantizar sus funciones, la
representatividad y la vida democrática interna de las asociaciones (desde el
sindicato al voluntariado) y los códigos de comportamiento de las empresas que operan en el mercado social. Solamente el
comienzo de dicha reforma institucional de la sociedad civil del próximo siglo
XXI podrá nutrir las ideas-fuerza para que la reforma sea duradera.
Por esta vía, la progresiva liberación del trabajo
de los cepos más gravosos que obstaculizan la libre expresión de la persona
puede crearse un proyecto creíble de transformación de la vida cotidiana. Un proyecto de
transformación de esta sociedad. Y no
una promesa engañosa que todo lo confía a las generaciones venideras con el
objetivo de justificar las renuncias y sacrificios de quien sufre, aquí y
ahora, no los costes necesarios de una política reformadora sino las
desigualdades y las “mutilaciones” que produce un ingobernable estado de las
cosas.
Nota de JLLB. Con este capítulo se cierra la primera
parte del libro. La segunda seguirá su curso en este mismo blog. Su título es
“Gramsci y la izquierda europea frente al fordismo en la primera
posguerra”.
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