jueves, 21 de junio de 2012

CAPÍTULO 15. LENIN Y GRAMSCI




                 Mucho se ha hablado sobre el “leninismo” de Gramsci: de sus numerosos puntos de convergencia con la literatura leninista; de los intentos gramscianos de reconocerse, incluso con evidentes forzamientos, en las tesis más conocidas de Lenin y los bolcheviques rusos sobre el poder de los consejos, incluso para conseguir una legitimidad en la difícil batalla política contra los adversarios de la “teoría consejista” así de los reformistas y maximalistas como de Amedeo Bordiga. Y por otro lado, en momentos de incipiente ruptura con Lenin y de la III Internacional, sobre todo en las relaciones entre el “sistema de los consejos”, el partido “de vanguardia” y el mismo sindicato.

No vamos a recorrer al detalle este examen. Pero nos parece importante --incluso para justificar nuestras anteriores observaciones del enfoque de Gramsci sobre el  problema de la fábrica “racionalizada” como “corazón” del proceso revolucionario--  poner en claro las similitudes y las divergencias (que son cambiantes) que, de un lado, señalan la concepción leninista del “soviet” y de los “comités de fábrica” y, de otro lado, la ideología consejista del Ordine Nuevo

Indudablemente existen muchos puntos en común entre la teoría consejista del Ordine nuovo y el “leninismo” de los años veinte, incluso más allá de los escritos de Lenin, que Gramsci ya conocía en aquellos años. En primer lugar, el análisis del capitalismo (particularmente en las naciones relativamente subdesarrolladas del mundo industrializado), caracterizado –como ya se ha dicho--  por una literatura “catastrofista” de las crisis industriales de la posguerra.  Un análisis basado en la preocupación de conferir, sobre todo, una legitimación no sólo política al proceso de sustitución del capital absentista o “saboteador”, centrado en el gobierno de la empresa por parte de los consejos de fábrica.

Ciertamente, hay también evidentes articulaciones en la valoración común de la incapacidad del capitalismo para llevar adelante, en la primera posguerra, la “revolución liberal de la burguesía” y desarrollar las fuerzas productivas de modo coherente con las tecnologías industriales y las técnicas organizativas heredadas de la ciencia “burguesa”. Lenin puso el acento en el momento de la ruptura revolucionaria, en el atraso de las estructuras capitalistas, en la desorganización de la industria y los grandes servicios colectivos, en el sabotaje de los empresarios en los intentos de reconstrucción y reorganización del nuevo Estado. Pero en Gramsci y en el grupo dirigente del Ordine Nuovo, el “absentismo” del capital es reconducido al peso creciente de una renta financiera que prevalece sobre el “capitán de industria”, a la internacionalización de los mercados financieros, al parasitismo de un empresariado cada vez más dependiente de la intervención del Estado y al abandono de la tradición “liberal” de los orígenes de capitalismo (21). Sin embargo, en ambos casos, la primera motivación de la estrategia soviética y consejista es hacerse con el gobierno de la empresa para sustituir al empresario-propietario en las funciones de promover el pleno desarrollo de las fuerzas productivas y el cumplimiento  de una fase crucial del desarrollo industrial.

Es segundo lugar, la asunción de la racionalización taylorista --entendida como “fuerza” objetiva de producción--  como forma de organización y de gobierno de la empresa “socializada”.

Es cierto, no faltan, también en este caso, diferencias substanciales. Para el Lenin de Las tareas inmediatas del poder soviético parecen superadas todas las reservas críticas expresadas en los artículos publicados en Pravda antes de tomar el poder (22). El atraso de la industria rusa y la desorganización de los grandes servicios colectivos no parecían dejar márgenes a un planteamiento radical. Por lo que será definitivo lo siguiente: la puesta en marcha de las reglas de la racionalización taylorista, mediante la disciplina más férrea. Esta disciplina será temperada “cuando sea posible” por una política salarial más próxima a las necesidades de supervivencia de los trabajadores. Pero esta política salarial, como es sabido, era parte integrante del modelo taylorista y, sobre todo, de su práctica fordista.

El mito de la organización “americana” de los ferrocarriles y de Correos era el objetivo a realizar con todos los medios y en todos los centros de trabajo para asegurar la supervivencia del gobierno bolchevique del Estado. Había que imponer –en un primer momento y con la mera coerción antes que con altos salarios--  a una masa de trabajadores ahora urbanizados, sin tradiciones y sin conocimientos profesionales  la dura ley del trabajo fragmentado, mediante la substracción del “saber hacer” y la concentración del poder de decisión en manos de los técnicos más o menos improvisados, adoctrinados por la escuela de la eficiencia taylorista.   

En Gramsci y los colaboradores del Ordine nuovo siempre está presente, sin embargo, la conciencia sufrida por los costes que comporta el sistema taylorista para el trabajo humano.  Y ello en razón de sus presupuestos esenciales (y no de sus degeneraciones): la fragmentación del trabajo, la expropiación de los saberes, la pérdida de sentido del trabajo “a trozos”. No falta, sobre todo en Gramsci, la convicción de que, aunque sean indeludibles en la fase histórica posterior a la Gran guerra, tales costes sociales no pueden mantener las características del trabajo futuro. Para el Ordine nuovo queda abierto el problema de una posible, aunque gradual y parcial, liberación del trabajo en un futuro no lejano: “Sin embargo, consideramos que una generación pueda trabajar perdiendo para garantizar a las futuras una libertad que, de no ser así, no sería posible” (23). Y en los escritos de Gramsci de aquel periodo, así con en la serie de artículos de Carlo Peri publicados en el  Ordine nuovo (1919) no faltan las referencias a una “revolución cultural” capaz de dar motivación y sentido a la aceptación de una división técnica del trabajo más rígida. No sólo con la “fe comunista” sino mediante una sistemática actividad formativa e informativa capaz de reconstruir – si no en el trabajo de cada obrero, al menos en su noción de todo el trabajo productivo--  una conciencia de la actividad colectiva y de sus interdependencias funcionales con la idea de dar razón y propósito a su prestación de trabajo a veces “embrutecedora” (25). Se ha observado justamente que en el Gramsci del Ordine nuovo, el consejo de fábrica –con su papel de reconstrucción de un conocimiento y una consciencia colectiva sobre el gobierno de todo el proceso productivo-- es “al menos en el proyecto un poder lleno de conocimiento de su objeto” que “intenta una fundación integral del trabajo y su recomposición”,  [aunque sea en términos todavía voluntaristas y meramente conceptuales]. En contra de la remoción operada por el leninismo de toda crítica política a la especialización en función de la reforma del trabajo y al compromiso que el leninismo consagra explícitamente entre las especializaciones: con la brecha entre el oficio de toda la política y los políticos (de todo el mando político, incluido el aparato) y el de la técnica, esto es,  toda la producción y los técnicos, toda la organización del trabajo y los saberes ya organizados (26).

Pero un análisis de partida común une la búsqueda gramsciana y la desprejuiciada utilización leninista del taylorismo y, sucesivamente, del fordismo. Y es precisamente el reconocimiento de que se estaba en presencia de la forma más evolucionada de organización de las fuerzas productivas; de la única forma posible de división técnica del trabajo; de una ciencia “neutra” que se podía poner indiferentemente, al igual que la máquina, al servicio de una sociedad gobernada por los representantes de los productores o de una élite de revolucionarios profesionales; o al servicio de una economía capitalista y un gobierno burgués.  “En una fábrica los obreros son productores en cuanto colaboran, ordenados de la forma que determina la técnica industrial que (en cierto sentido) es independiente del modo de apropiación de los valores producidos en la preparación del objeto fabricado [las cursivas son de Bruno Trentin] (27).     

En tercer lugar está la opción del consejo o del comité de fábrica, como organismo político de dirección de la empresa, destinado a sustituir el predominio del capital financiero, y a restituir a los técnicos, “aliados con los obreros”, el poder de garantizar el desarrollo organizado de las fuerzas productivas. En estos términos, el consejo de fábrica está ya concebido explícitamente como un poder estatal embrionario o, en la versión leninista, como parte de un proceso integrante para sustituir, de manera más o menos simultánea, el viejo ordenamiento estatal con otro de tipo “soviético”.

Sin embargo es, en este punto, donde surgen las diferencias más radicales entre la práctica del leninismo y la concepción gramsciana del consejo, incluso cuando Gramsci, hasta el final de la experiencia ordinovista, se empeña en oscurecer tales diferencias.  De hecho, para Lenin, la tardía opción por el soviet y el comité de fábrica –como embriones de un poder alternativo al viejo ordenamiento del Estado (tras haber ignorado totalmente sus potencialidades en el curso de los movimientos revolucionarios de 1905) y su consigna “todo el poder a los soviets”--  no le llevará nunca a reconocerlos, en todas las circunstancias, en el Congreso de los soviets,  como una forma de poder soberano, al que el mismo partido habría tenido que subordinar sus decisiones en el gobierno del Estado.

Diversamente de los soviets territoriales, los comités de fábrica, inicialmente dependientes de las Federaciones de industria (correa de transmisión del partido y “escuela de comunismo”) nunca asumirán un papel legitimado del gobierno de la empresa. Y rápidamente verán que sus funciones serán eliminadas, reducidas a ser meras “auxiliares”, con la concentración de todos los poderes en las manos del “director único” (28). Sin embargo, para Gramsci, el consejo de fábrica –antes que cualquier otro organismo de representación en el territorio--  constituirá el núcleo fundamental de un Estado alternativo, porque está situado en el corazón del sistema productivo. Se trata de una forma autónoma de autogobierno colectivo de la empresa industrial, necesariamente independiente de los partidos y de los sindicatos, que permanecen como organismos “privados” y “voluntarios” contra la naturaleza pública y estatal del consejo (29).

Para Lenin y sus más celosos seguidores en Italia, el soviet señala su propia función pública solamente con la conquista del poder mediante el gobierno del aparato central del Estado y su posterior transformación. Para Gramsci: “El Estado socialista existe ya potencialmente en aquellos institutos de la vida social que son característicos de la clase trabajadora explotada”. “Relacionar entre ellos tales institutos, centralizarlos fuertemente –aunque respetando sus necesarias autonomías--  significa crear ya, o incluso ahora,  una verdadera democracia obrera (30). Como se ha dicho: en Gramsci, la transformación es anterior a la conquista del poder; en Lenin es al revés” (31).

Por supuesto, las posiciones de Gramsci sobre el papel del partido político y sus relaciones con los consejos y el sindicato tendrán unas evoluciones significativas.  Sobre todo tras la derrota del movimiento que se desarrolló a partir de la huelga de las Lancette  [agujas del reloj, JLLB] en abril de 1920 (32).  Incluso con la acusación de “anarcosindicalismo” que, desde la derecha y la izquierda, le llueven a las tesis consejistas del Ordine nuevo,  Gramsci acentuará la polémica contra el reclamo del sindicalismo de salir de su función subalterna y “necesariamente corporativa”  como organización de resistencia, de organismo “determinado no determinante” (33). Y acabará por dibujar una concepción jacobina del partido revolucionario capaz de “guiar y educar a las masas” y de imprimir una nueva orientación a la Confederazione Generale del Lavoro y al movimiento cooperativo (34). Pero no desaparece del todo, incluso en el curso de dicho giro, una visión pluralista de las formas autónomas de organización y expresión del proceso revolucionario. La primacía del partido no se confía a una relación jerárquica, tal vez sancionada por la fusión del partido con el Estado, sino que es concebida como el resultado de la capacidad del partido de medirse con las diversas expresiones organizativas y políticas del movimiento obrero; y de conquistar sobre el terreno su propia capacidad de orientación y una función de guía, reconociendo ante todo –como lo reafirmará más tarde— “el valor revolucionario de los consejos de fábrica”.

En marzo de 1921, el Ordine nuevo (convertido ya en diario) indicará el objetivo de transformar “los consejos de fábrica en la base de los sindicatos y las Federaciones de industria”. El mismo Gramsci, a un año de la polémica con Angelo Tasca sobre la radical diversidad de naturaleza, de los consejos respecto a la organización contractual y voluntaria, encarnada por el sindicato, verá (¡demasiado tarde!) en los “parlamentos obreros”, representados por los consejos, el instrumento de transformación de la Confederazione Generale del Lavoro, capaces de “corroer los sedimentos burocráticos y transformar los viejos esquemas organizativos” (36).    

Pero, sobre todo, para señalar una profunda diferencia con la concepción elitista y prometeica del partido político que inspira –hasta la época del ¿Qué hacer?--  la concepción leninista del proceso revolucionario, tenemos la versión gramsciana de la sociedad civil que, ya en el periodo ordinovista, sigue siendo el lugar donde maduran las transformaciones, los movimientos y las rupturas revolucionarias que los partidos pueden interpretar, orientar y guiar, en determinadas circunstancias. Pero que nunca podrán provocar o substituir. Es en la sociedad civil donde la clase obrera construye su propia identidad en lo más vivo de la relación de opresión y explotación de la gran fábrica. Por esta razón, Gramsci nunca concebirá el consejo, en la fábrica,  como un vástago del gobierno de un partido en la sociedad y en el Estado. Pero seguirá siendo el gobierno autónomo de la fábrica, un centro autónomo de decisión creativa y, como tal, el embrión y el fundamento de un nuevo tipo de Estado (37).

En ello se evidencia una convergencia (tal vez no del todo consciente, en aquel periodo) de la visión gramsciana del proceso revolucionario, no tanto con el sindicalismo revolucionario de  Daniel de Leon (38) como con la función que Rosa Luxemburgo señala a los grandes movimientos espontáneos de masas que son expresiones autónomas de la sociedad civil y momentos de emancipación de los trabajadores de las tutelas burocráticas del sindicato y del partido, así como precondición necesaria de cualquier cambio cualitativo en las relaciones políticas entre las clases (39).  En esta convicción común de que la transformación de la sociedad civil y las múltiples articulaciones del conflicto social (incluso más allá del núcleo fuerte de la gran fábrica mecanizada) dictan sus leyes a la política y a la estrategia de los partidos revolucionarios (o reformistas) es ciertamente inherente a la premonición de que la ruptura de tal relación orgánica comporte necesariamente una deriva autoritaria que la condena a la derrota si el partido no pone en marcha el proceso revolucionario (40). En todo caso, se trata de una decadencia de la política y de su involución hacia un decisionismo de casta.

En caso de un grave límite de esta conexión, --siempre reafirmada, entre política y sociedad civil, entre partido y expresiones “espontáneas”, de la capacidad de la clase obrera de producir movimientos, asociaciones, nuevas formas de representación-- reside en una especie de abstracción-separación de los movimientos sociales y de sus expresiones institucionales (organizativas o representativas) con respecto a las causas específicas que les han sido solicitados y a los objetivos reivindicativos o políticos que los han inspirado. Y así darles razón o legitimidad, incluso a los mismos instrumentos asociativos o representativos de que se dota el conflicto social en determinadas circunstancias históricas.

En resumen, al interrogante sobre las razones del surgimiento de los consejos de fábrica o de la transformación del papel de las comisiones internas o de los motivos incluso contingentes, de la emergencia de los consejos de fábrica o del nacimiento de ciertos movimientos sociales, Gramsci parece considerar una respuesta exhaustiva solamente en la “voluntad de gobierno” de la clase obrera en el corazón del sistema capitalista en la gran fábrica mecanizada, en una situación internacional. Que, en algunos países europeos, parecía que había asumido unas connotaciones de ruptura revolucionaria, capaz de cuestionar la naturaleza misma del Estado (41).

Los objetivos reivindicativos y políticos específicos que injertaron estos movimientos parecen haber sido relegados a meros accidentes o, incluso, a pretextos, más o menos pertinentes con el caso de la huelga de las Agujas del reloj. Nunca, en todo caso, determinantes para entender las profundas razones (cambiantes de tanto en tanto) de dichos movimientos y las potencialidades que contienen de conseguir unos resultados políticos o sociales. Como si los movimientos sociales y sus expresiones organizativas e institucionales (por ejemplo, los consejos de fábrica)   apenas si asumieran la dimensión de un conflicto abierto y un hecho de masas, y consiguieran por dicho motivo su propia autonomía  en los choques de sus contenidos específicos y de los objetivos “contingentes” que han provocado el conflicto; y como si dichos contenidos y objetivos no tuvieran relieve alguno a la hora de determinar la cualidad y la salida del continuo conflicto de poder que se produce entre las instituciones del movimiento (el consejo de fábrica, en este caso) y las instituciones “del capital” (la propiedad y el “management” de la empresa).

Se ha señalado justamente la eliminación, que permanece en los escritos de Gramsci y del grupo ordinovista, de los específicos objetivos reivindicativos que, de vez en cuando, estaban presentes en los orígenes de los conflictos sociales en aquel Turín desde 1919 a 1920. Incluso cuando tales objetivos (que Gramsci parece dejar a los “bártulos” del sindicato) tocan cuestiones de un alcance relevante para la naturaleza de la organización del trabajo en la industria metalúrgica (como la modificación de los sistemas de destajo, la reducción del horario de trabajo, la penalización de las horas extra y otras formas concretas de “control obrero”) y para la estructura de la negociación colectiva, esto es, la reivindicación de un convenio nacional para el sector metalúrgico (43).

En este dato, que marca una drástica separación entre la función “política” y “pública”, confiada al consejo de fábrica y los contenidos específicos del conflicto social, tal vez, puede encontrarse una de las explicaciones de las dificultades que tuvo el grupo ordinovista para extender la experiencia de los consejos a otros sectores de la sociedad civil: en el campo, en los servicios y en la administración del Estado. Lo que explica la marcada infravaloración de Gramsci, durante los años ordinovistas, del papel de potencial sujeto político que “bien o mal” podía asumir el sindicato a la hora de fijar también la salida de los conflictos sociales más relevantes; y el sustancial desinterés de los ordinovistas por las conclusiones “sindicales” en los conflictos sociales y en la batalla por la legitimación de los consejos. Acabada la huelga general (en abril de 1920), y tras decidir la evacuación de las fábricas (otoño de 1920), se decidió que la lucha había “concluido”. O con una derrota o con la prueba de una total demostración de fuerza. En todo caso, como una etapa, que había acabado in se (sin solución de continuidad en el plano negociador o político) de un “proceso revolucionario” de largo periodo (44).

Sin embargo, dicho límite es, a su vez, revelador de la existencia de una profunda contradicción y de una aporía en la teoría consejista de Gramsci. Es cuando ésta parte de la aceptación acrítica del sistema taylorista como ciencia neutra de la organización del trabajo y como “destino del trabajo”, aunque sea por un largo periodo. Si, de hecho, el Gramsci ordinovista defenderá con uñas y dientes esta vital relación que vislumbra entre la acción política y la transformación de la sociedad civil y, con ella, el papel “creador” de los movimientos de masas (que ningún partido y ninguna élite pueden subrogar ni tampoco provocar), la autonomía de los consejos –como instituciones embrionarias del nuevo Estado— en los planteamientos de las organizaciones voluntarias y “mortales” (que para él son el partido y el sindicato), parece cerrarse ante la cuestión de la “posible” liberación del trabajo y la modificación de las formas concretas de la división técnica del trabajo, acentuándose sus contenidos opresivos y alienantes.

Cierto, a diferencia de Lenin, que reafirma como “imperativo categórico” la división entre economía y política, el dualismo de los saberes, la división entre las tareas entre la dirección del Estado --por parte de una élite que se autoinviste de la representación de los intereses y valores potenciales de la clase-- y la dirección férrea “como un reloj” de la industria y los servicios por una “burocracia omnipotente”, considerando la asunción de las técnicas más modernas heredadas de la burguesía; a diferencia de Lenin, decimos, Gramsci advierte la existencia de un problema irresuelto: el carácter “embrutecedor” y opresivo de una organización del trabajo que expropia al obrero de sus conocimientos y de cualquier motivación para trabajar. Por eso, en algunos momentos de la reflexión de Gramsci parece entenderse que, para compensar estos efectos devastadores del taylorismo sobre la condición obrera, no basta ni siquiera la suplencia de una actividad formativa y cognoscitiva del proceso de producción, incapaz, por si, de cambiar la naturaleza “estúpida” que priva de sentido el trabajo fragmentado. Y que, por el contrario, el trabajo puede ser incluso más insoportable si no existe cambio.

Sin embargo, Gramsci parece que se retira ante esa percepción. Y acaba por asumir como inevitable la condena del trabajo fragmentado y heterodirecto “al menos para una generación”. No acaba, pues, de salir de la duda de que una diferente división técnica del trabajo –o incluso la “crítica creativa” de la existente— pueda no sólo nuevas y esenciales motivaciones para una estrategia de “control obrero” que no se enajene de la transformación de las condiciones de trabajo, sino incluso un crecimiento más intenso de la productividad del trabajo y de la misma cualidad de la prestación del trabajo.

De ese modo, la búsqueda de Gramsci acaba por recluirse, ya en la época ordinovista, y en lo más vivo de un importante conflicto social, en una concepción del consejo de fábrica que separa el gobierno de la empresa del autogobierno del trabajo;  la lucha por el control de la empresa de la acción por cambiar las condiciones de trabajo. Y para conquistar, aquí y ahora, nuevos espacios de libertad en el proceso del trabajo.

Notas

(21) A. Gramsci. La relazione Tasca e il congreso camerale di Torino. L´Ordine nuevo, junio 1920.

(22) V.I. Lenin. Seis tesis sobre los objetivos inmediatos del poder soviético. Mayo, 1918. Obras completas.

(23) Gramsci. Socialismo ed economia. L´Ordine nuevo, enero, 1920.  

(24) Carlo Petri. Il sistema Taylor e i Consigli di produttori. L´Ordine Nuevo, noviembre de 1919.

(25) A. Gramsci. Ai commissari di reparto dell´officina Fiat. L´Ordine nuovo, setiembre de 1919.

(26) Ver Suppa, Obra citada.

(27) A. Gramsci. Il Programma dell´Ordine nuevo. L´Ordine nuevo, agosto, 1920.

(28) V.I. Lenin. Seis tesis sobre …, ya citada.

(29) A. Gramsci. Il Consiglio di fabbrica, ya citado.

(30) A. Gramsci. Democrazia operaia. L´Ordine nuevo, junio, 1919.

(31) Suppa. Obra ya citada.

(32) A. Grmasci. Il Partito comunista. L´Ordine nuevo, septiembre, 1920. 

(33) A. Gramsci, Il Partito comunista. Obra ya citada.

(34) A. Gramsci: “Todo intento de subordinar el Consejo a los sindicatos sólo puede ser visto como reaccionario”. Sindacati e consgli.  

(35) P. Spriano. Obra ya citada.

(36) P. Spriano. Obra ya citada.

(37) Esta es la primera contraposición entre, de un lado Bordita y Tasca, y de otro lado Gramsci: “Primero el Estado, después los consejos”.

(38) Sobre la influencia de Daniel de Leon sobre los wobblies, ver Paolo Spriano.

(39) Paolo Spriano, obra ya citada.

(40) A. Gramsci. Il partito e la rivoluzione. L´Ordine nuevo, diciembre de 1919. 

(41) A. Gramsci. Il Consiglio di fabbrica, ya citado.

(42) Paolo Spriano. Obra ya citada.

(43) Ver Maione. Obra ya citada.

(44) Paolo Spriano. Obra ya citada.      

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