martes, 19 de junio de 2012

CAPÍTULO 14. L´ORDDINE NUOVO





Me parece que estas primeras observaciones se unen en parte a las de algunos escritos relativamente recientes de la reflexión crítica sobre la “estrategia consejista” de Gramsci en el periodo del Ordine Nuovo.

Mario Telò señaló particularmente la escisión entre “economía” y “política” que permanece todavía en la concepción “ordinovista” de los consejos de fábrica y la ausencia, en dicha concepción, de la temática reivindicativa inherente a las condiciones de trabajo; a la contestación, aunque embrionaria, de la organización capitalista del trabajo; a la reducción de la duración del trabajo; a la superación del destajo; a la salvaguarda de los niveles de empleo; y a la modificación de la relación hombre / máquina, incluso en las plantillas de la fábrica (13). La ausencia, en suma, en la visión de Gramsci –pero no, sin embargo, como se ha dicho en el “programa” de 1919 de los responsables del reparto de las tareas--  del esencial anillo de conjunción entre, de un lado, la “defensa” de la condición obrera contra la intensificación de la explotación y la agravación del autoritarismo de la jerarquía en la empresa y, de otro lado, la acción consciente de la transformación de la sociedad y el Estado (14).

De hecho, el presupuesto conceptual del que arranca la reflexión de Gramsci es la desconfianza “teórica” en la contradicción salario / beneficio en tanto que contradicción resolutiva y su substitución con la contradicción general entre las fuerzas productivas y las relaciones de producción en la que podría desarrollarse “autónomamente” y por “autoeducación”  el lado subjetivo y consciente de la fuerza productiva principal donde el trabajador   construye las premisas de una “psicología de productor”. De ahí que parezca conducir, en definitiva, a una especie de desatención en la “crónica reivindicativa” de las luchas de fábrica. Y, más en general, en los contrastes del “magma” donde maduran y se alternan –incluso en la consciencia de los trabajadores asalariados— las contradicciones específicas que, de vez en cuando, asumen un papel predominante en una organización del trabajo en incesante trasformación.

De ahí la dificultad de Gramsci y del Ordine Nuevo de entender completamente el papel que tiende necesariamente a asumir en la historia del conflicto de clase (abrumando a veces el tradicional e ineliminable conflicto entre salario y beneficio), la respuesta directa y específica del lado opresivo y alienante de la relación de trabajo asalariado. Es decir, la repetida separación de sus viejos y nuevos “instrumentos de producción” que el trabajador está obligado a soportar: la expropiación de su cultura, de su creatividad, de su saber hacer, de su libertad concreta, históricamente conquistada en la relación de trabajo. No sólo –y no sólo tanto— la expropiación de su plusvalía (15).  Por otro lado, esta comprensión aparece casi impedida por un análisis del capitalismo (y particularmente por el capitalismo en una economía subdesarrollada y ampliamente permeabilizada por estratificaciones sociales parasitarias donde Gramsci coincide con Lenin) donde predomina la preocupación por captar  los aspectos de decadencia y “de renuncia a la propia misión” de las clases dominantes que se identifican con el sistema capitalista.

Sobre este punto se realiza tanto en Gramsci como en Lenin una inversión de la relación marxiana entre fábrica y sociedad. O, al menos, así nos lo parece: no es ya la gran fábrica mecanizada la que expresa, en su interior, una irreducible y creciente dicotomía, manifestando  en su estructura general y en su relación de opresión un límite creciente no sólo para la libertad del trabajador, sino por la misma productividad del trabajo. No es ya la gran fábrica mecanizada la que expresa, en un régimen capitalista, su intrínseca “irracionalidad”  para proyectarla a toda la sociedad: “Es una cuestión de vida o muerte”, escribía Marx “[ … ] Sí, la gran industria fuerza a la sociedad, bajo pena de muerte, a sustituir al individuo aplastado, supeditado al tormento de  una función productiva de cada tarea con el individuo integral que sepa afrontar las exigencias más diversificadas del trabajo en sus funciones alternas” (16). Para Gramsci, sin embargo, la gran fábrica organizada es un conjunto racional y funcional y, en su totalidad, una fuerza productiva homogénea –aunque provisionalmente pueda estar privada de un timonel capaz de emprender-- y contrapuesta a un “mundo externo”, a una clase dominante “absentista” que oprime sus potencialidades.

No había solamente malicia en la polémica cita de un artículo de Gramsci sobre L´operaio di fabbrica, años más tarde, por parte de Guido Carli.  Carli, siendo presidente de la Confindustria, reivindicaba el papel central de la empresa como una “comunidad de intereses” contrapuesta a la sociedad y al Estado que, según él, estaban amenazados de disgregación. “La clase obrera se ha identificado con la producción, se ha identificado con la fábrica”, escribía Gramsci. “El proletariado no puede vivir sin trabajar metódica y ordenadamente. La división del trabajo ha creado la unidad psicológica de la clase obrera,  ha creado en el mundo proletario la solidaridad de clase; el proletario cuanto más se especializa en un gesto profesional tanto más siente que es la célula de un cuerpo organizado [ … ] tanto más siente la necesidad de que todo el mundo sea como una única e inmensa fábrica, organizada con la misma precisión, el mismo método, el mismo orden que verifica como vital que allá donde está trabajando  (las cursivas son de Bruno Trentin) (17). Gobetti observará  correctamente que la concepción ordinovista de los consejos acababa reconociendo como “naturales” las jerarquías de la organización capitalista del trabajo y que los obreros comunistas “interviniendo desde la fábrica asumían la herencia de la tradición burguesa, proponiéndose no sólo crear desde la nada una nueva economía sino reemprender y continuar los progresos de la técnica productiva que habían alcanzado los industriales (cursivas de Bruno Trentin) (18).

Quizás se comprende mejor, cómo bajo este prisma, la redefinición de la relación fábrica / sociedad, contenida en la teoría gramsciana de los consejos, es incapaz de arañar el límite económico que parece encorsetar ineluctablemente la acción del sindicato tradicional, y por otra parte no lo cuestiona. Para Gramsci también se trata de tomar nota del carácter, en aquel momento irremediablemente corporativo del sindicato, como alternativa al rol público y de “gobierno” que aguardaba a los consejos, como un dato y un límite ineliminables respecto al cual hay que establecer una rígida distinción en vez de una radical contestación. Por ello se comprende también hasta qué punto se confirma, en la concepción de Gramsci, la escisión que está presente también en la ideología del sindicalismo reformista, entre el momento de la producción (racional) y el de la distribución (irracional y anárquica);  entre la fábrica (racional) y el Estado (cada vez más impotente para expresar un gobierno de la clase capitalista y que prevalezca en ésta los intereses “productivos” sobre los intereses “parasitarios”). Y, consecuentemente, cómo el límite representado por la ideología marxista de las relaciones capitalistas de producción, que tienden a comprimir el desarrollo de las “fuerzas productivas”, se identifique y se “subjetivice” en el fracaso político de una clase dominante, incapaz de realizar con la planificación en la esfera de la producción esta racionalidad ya alcanzada en la gran fábrica, globalmente asumida como fuerza productiva plenamente realizada.

En ese sentido, sin embargo, como ya se ha visto, la relación entre la fábrica y la sociedad se invierte a lo previsto por la teoría de Marx. No obstante, nos parece que también lo es con  respecto a la actividad histórica –tanto del desarrollo de la lucha de clases y sus pulsiones reivindicativas como del proceso concreto de formación--  entre los asalariados con una consciencia de clase en relación directa con los “antagonismos inmanentes” al modo de producción dominante en una fase determinada del desarrollo industrial. De hecho, en la ideología ordinovista no parte de los contenidos específicos, incluso cuando no son eficaces, de la contestación obrera a la “irracionalidad” de la fábrica y de su “autarquía opresiva”, que uniendo la lucha defensiva de naturaleza salarial con la acción política para modificar las relaciones de poder en el reparto de las funciones intenta exportar, fuera de la fábrica, una propuesta de liberación de la clase obrera (19). Sin embargo, se parte en la tesis ordinovista de la recurrente tentación de reconducir la sociedad civil a las dimensiones de la fábrica. Sobre todo cuando estas tesis propugnan la necesidad de transportar la “racionalidad” taylorista de la gran fábrica (asumida substancialmente como un dato objetivo y neutro como si fuera una máquina) a toda la sociedad y a la organización del Estado.

Lo que, en este punto,  cambia de signo en la dirección general de la sociedad, con respecto al “proyecto” taylorista y fordista, viene –al menos durante una fase histórica--  de la existencia de un nuevo sujeto en el “puente de mando”. Un nuevo sujeto, consciente de los vínculos, capaces de ser asumidos voluntariamente, que imponen la “técnica” y la organización del trabajo. Y, por ello, la clase de los productores es más consciente y más libre. Pero, de ese modo, también corre el peligro –a pesar de la extrema riqueza de la investigación gramsciana sobre las estratificaciones sociales de la realidad italiana y sobre todo de sus connotaciones ideológicas— de partir en dos a la sociedad, de tipo puramente conceptual. Es decir, una ruptura que reprime el único mundo exterior de la fábrica “racional” en el área improductiva y, por tanto, parasitaria. 

El “neocatastrofismo” que se esconde dentro de la contradicción entre la fábrica moderna “sin jefes” y una sociedad en vías de disgregación comporta, de hecho, una contraposición entre “fuerzas productivas” y “fuerzas parasitarias”  es más “ideológica” que real. Es una contraposición que acaba constituyendo un límite sustancial en la construcción de una alianza entre la clase obrera y las otras clases subordinadas (20).

Por ello hay que preguntarse si este límite no pesó, en una medida substancial, a la hora de determinar el substancial* fallo de los intentos de construir un frente de alianzas, en primer lugar con las masas campesinas, en torno al movimiento consejista, en los años veinte del siglo XX. Este límite pesó tanto en la ausencia de un “proyecto político” unificador que el mismo Gramsci lo lamentó más tarde cuando reflexionó sobre aquella gran experiencia.                          


Notas

(13) Mario Telò. Strategia consigliare e sviluppo capitalistico in Gramsci. Problemas del socialismo, núm. 2 (1976)
(14) Ibidem. Il Bienio rosso.
(15) A. Gramsci. Il consiglio di fabbrica. L´Ordine nuevo, Junio de 1920.
(16) Karl Marx. El Capital.
(17) A. Gramsci. La settimana política. L´operaio di fabbrica. L´Ordine nuevo. Febrero de 1920.
(18) Piero Gobetti. La rivoluzione liberale. Einaudi, 1995.
(19) Ver Maione, obra ya citada.
(20) Mario Telò. Obra ya citada. 

* Nota del Traductor. Trentin repite la palabra ´substancial´ dos veces en la misma frase. Comoquiera que parece darle un carácter concreto y fuerte, no seré yo quien le maquille el texto buscando sinónimos [JLLB]

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