La ciudad del trabajo es un libro de culto. Posiblemente no como “honor
que se tributa religiosamente a lo que se considera divino o sagrado”, sino
como “admiración afectuosa de que son objeto algunas
cosas”, en las distintas acepciones del Diccionario de la RAE. Publicado en
la colección “Campos del saber” de Feltrinelli, en septiembre de 1997, el libro
tuvo una segunda edición en febrero de 1998, pero a partir de allí no continuó
su carrera editorial. No es un libro que en el panorama cultural italiano haya
sido recibido con entusiasmo. Posiblemente por lo incómodo de alguna de sus
tesis para la izquierda que en aquellos momentos gobernaba el país con la llamada
coalición de centro-izquierda “El Olivo”, primero con Prodi (mayo de 1996 a octubre de 1998), y
luego con los dos gobiernos D’Alema (octubre de 1998 a abril 2000). Trentin
acaba de dejar, en 1996, la secretaría general de la CGIL , donde fue sustituido
por Cofferati, y el sindicato andaba en la recomposición de la unidad de acción
y la práctica de la concertación social con el gobierno de centro-izquierda.
En
España el libro no fue traducido. Lo consideró Alejandro Sierra, atento siempre
a las novedades editoriales de calidad en Italia para incorporarlas a Trotta,
pero entendió que se alejaba de su línea de incidencia y que era por
consiguiente arriesgado intentar la traducción y errar su distribución. Mucho
después conocí que Manuel Fernández Cuesta había pensado en él para Península
pero que lo descartó por entender que era un texto que no sintonizaba con
las líneas del debate cultural abiertas en la izquierda o asimiladas. Es decir,
que en el panorama de las editoriales de excelencia en lengua española el texto
de Trentin no tuvo encaje por lo que podríamos denominar “razones comerciales”,
como ha afirmado Carlos Mejía al explicar este proceso a sus lectores peruanos.
Así las
cosas quien más ha hecho porque “La ciudad del trabajo” sea conocida en lengua
castellana es Jose Luis López Bulla. Quien ya desde hace tiempo viene
promocionando la obra de Trentin, como lo demuestra el libro publicado por la Fundación Sindical
de Estudios y editado por GPS en 1997, como “Antología de Bruno Trentin”, cuyos
textos y su traducción fueron sugeridos y en muchos casos traducidos por él
mismo. Pero con esta obra ha hecho algo más. La ha ido traduciendo capítulo a
capítulo en el blog Metiendo Bulla en una serie que acompañaba de unos
muy interesantes debates sobre los problemas y las solicitaciones que hacía
Trentin en el texto con varias intervenciones “externas” que las comentaban,
entre ellas las normalmente presentes de Paco Rodriguez Lecea, y que el autor
dedica a Miquel Falguera y Ramón Alós en recuerdo “de nuestros tiempos
sindicales”. Lo que con razón define el blog peruano Bajada a Bases del
“buen criterio, generosidad y sabiduría” de López Bulla se manifiesta de forma
excelente en el trabajo arduo de contraste con el texto de Trentin, muy cargado
de referencias implícitas y de lecturas no accesibles para el lector español, y
en la fuerza con la que su traductor impele al libro para que su contenido
polémico se vuelque directamente sobre los grandes problemas que el sindicato,
la izquierda social y los débiles sujetos políticos tienen delante de sí
derivados, precisamente, de la situación central que en un diseño global de la
ciudadanía y de la democracia, ocupa el trabajo.
La
oportunidad y la conveniencia de la publicación son obvias, dependen tanto del
autor como de la obra escogida. Trentin es un personaje histórico, pero también
literario. Un hombre de un tiempo ya extinto, en cuya biografía caben todas las
facetas posibles de un dirigente obrero y de un intelectual riguroso que ha
tomado partido decididamente por el socialismo y la democracia en el convulso
siglo XX. Una persona de gran estatura, no solo física, participó muy joven en
la resistencia al fascismo y al nazismo – su “diario de guerra” sobre ese
período ha sido publicado recientemente y es una verdadera joya literaria e
histórica- y fue un dirigente sindical extremadamente influyente e importante
en la conformación tanto del “sindicato de los consejos” como del proceso de
“autorreforma” de la CGIL ,
además de desarrollar una intensa y extensa reflexión teórica y política sobre
el trabajo y su subjetividad colectiva. Lo pude conocer en Bolonia, cuando
acababa de asumir el cargo de secretario general de la CGIL y guardo un recuerdo
intenso de la gravedad solemne con la que presentaba su análisis, siempre abierto
a la problematización y a la complejidad de los fenómenos sociales que
examinaba. Cuando murió, Joaquín Aparicio y yo participamos también en Bolonia
en un homenaje que la revista Lavoro e Diritto le dedicó, el 23 de
septiembre de 2007, con una intervención de Romagnoli que se publicó también en
español en la que reivindicaba la relación especial de Trentin con los juristas
del trabajo, a los que consideraba portadores de una opción cultural cuyo valor
político se conjugaba con que la protección histórica que había recibido el
trabajo no excluía su universalidad.
Las
razones profundas de la incapacidad de la izquierda europea para proponer una
alternativa creíble al neoliberalismo tienen que ver con la influencia hegemónica
del fordismo, de la organización científica del trabajo sobre la concepción del
progreso como un fenómeno no político externo a la democracia y la separación
de las nociones de la política de reformas de la situación material en que se
produce la explotación del trabajo. Eso implica la “indiferencia” de la
política de los partidos progresistas – socialdemócratas pero también de la
izquierda plural, en especial de cultura comunista o post-comunista, y de los
ecologistas - ante la “cuestión del trabajo”, la sumisión de esta política a
los imperativos de la gobernabilidad. Comentando el libro en un interesante
seminario que organizaron simultáneamente las Fundaciones de Investigaciones
Marxistas, 1º de Mayo y Europa de los Pueblos el 1 de junio de 2012 con el
título “Sindicalismo y conflicto social hoy: a propósito de Bruno Trentin”,
tanto Joaquín Aparicio como yo mismo entresacamos elementos para el debate de
la segunda parte, en especial de la continua insistencia de Trentin en el error
de la izquierda europea, el de posponer el problema de la abolición de la
explotación a la conquista del Estado. “La temática de la liberación del
trabajo y la acción para cambiar la organización del trabajo han sido casi
siempre relegadas a un campo secundario de la acción política y social”, es
decir que el trabajo y los modos de organizarlo en los lugares de producción y
en la sociedad ha sido una temática periférica en las ideologías dominantes de
los movimientos reformistas. Trentin lo señala de manera elegante al recordar
que la búsqueda de la ampliación de la democracia – de las fronteras de la
democracia política – se ha detenido en el umbral de la sociedad civil y en los
“lugares privados” de trabajo en los que se desarrolla, para una gran parte de
la humanidad, un trabajo subordinado y subalterno. En España este tipo de
tendencia se ha visto claramente reflejada en el primer gobierno Zapatero – el
único digno del nombre de centro-izquierda – en donde sus reformas más
importantes avanzaron en el tema de los derechos civiles que no penetraban en
el ámbito del poder privado en los lugares de producción, o se desarrollaron en
la esfera de la distribución y en la del consumo de bienes sociales, pero no en
el de la producción.
Ese
discurso – que no es sino una parte de los que se entrecruzan en el libro
– es extremadamente actual, puesto que señala la relación directa entre
libertad, derechos democráticos en el espacio público y el autoritarismo en el
que se expresa la situación de explotación laboral, la carencia de derechos en
la concreta realización del trabajo. Esta desconexión de la problemática de la
libertad y de los derechos civiles del trabajo y su complejidad social y
política es hoy un elemento central del debate democrático en el que estamos
inmersos tras la crisis. En positivo, se habla de derechos civiles ligados a la
persona que no está marcada por su posición subalterna derivada del trabajo, y
en negativo, se piensa en garantizar los derechos cívicos, pero velando los
lugares de trabajo como espacio opaco a los mismos. Una especie de
“externalidad” democrática que hace del trabajo un elemento “privado” sometido
por tanto a un espacio de autoridad privada sin límites.
Desde
otra perspectiva, pues, resulta difícil encontrar un discurso político sobre la
violencia de la explotación como pérdida de la identidad ciudadana, sobre la
necesidad de cambiar un trabajo cada vez menos libre, más sometido, sin
derechos materiales ni formales de ciudadanía, única forma de superar la
democracia bloqueada en la que nos encontramos. Se pueden encontrar algunos
ejemplos recientes muy sintomáticos, aunque no por ello muy “visibles”
mediáticamente: la actuación de la dirección de la FIAT despidiendo o no
contratando a trabajadores afiliados a la FIOM-CGIL con el pretexto de que éste sindicato
no había asumido el plan de restructuración de la empresa – ni formado el
acuerdo colectivo que lo “recibía” laboralmente, no se ha considerado un asunto
público que afectara a la democracia, como ha hecho notar críticamente Antonio
Lettieri en un artículo publicado también en Metiendo Bulla. Cuando los
tribunales han declarado nulos estos despidos por antisindicales y
vulneratorios de derechos fundamentales y la dirección de la empresa ha
respondido despidiendo a su vez al mismo número de trabajadores sindicados que
los jueces les obligan a asumir, esta grave retorsión que supone una nueva
violación de derechos no ha sido objeto de ninguna intervención pública, ni del
gobierno ni del parlamento, exigiendo a la empresa que acepte la legalidad
democrática. Este es el nuevo dominio autoritario que se extiende por Europa.
Hay
muchos más hilos de los que tirar en la tela del libro. Uno nada menor es la
reflexión que se hace en el libro sobre la relación que los clásicos marxistas
revolucionarios – Lenin y Gramsci fundamentalmente – efectuaron entre el
taylorismo y el fordismo y la forma de construir el trabajo en el socialismo,
produciendo una suerte de “bonapartismo social” como lo han denominado Paco
Rodriguez Lecea y Jose Luis López Bulla en sus discusiones al hilo de la
traducción de los capítulos del libro. Naturalmente que es un asunto que
alcanza directamente al proyecto político socialista, pero que tiene una
inmediata repercusión también en términos de debate sobre la acción sindical,
en la que todavía la construcción cultural y social del fordismo es muy fuerte.
No sólo en la configuración de los términos sobre los que se basa la
representación de intereses de los trabajadores y trabajadoras – donde siempre
recaemos en la vexata quaestio de la dualidad de representaciones en la
empresa, que a mi juicio depende más de vectores externos como el de lograr la
unidad orgánica entre CCOO y UGT – sino de los propios lugares de la
representación ante un escenario productivo enormemente modificado respecto del
vigente en términos fordistas.
Otro
tanto respecto de los medios de acción sindical. En una muy amplia medida la
negociación colectiva sobre la organización del trabajo y los saberes derivados
de la profesionalidad, que sigue siendo un aspecto de difícil practicabilidad
por el proyecto regulativo colectivo que se manifiesta a través del convenio
colectivo. Pero también la huelga, que ve extremadamente dificultada su
capacidad de emplear las características peculiares de la organización del trabajo
en un sentido inverso, paralizar justamente, al menor coste posible para los
trabajadores, mediante medidas de presión y huelgas el proceso de
producción y la continuidad del mismo, sea este de bienes o de servicios. Sin
mencionar la importancia que la información y la participación concreta en las
decisiones de la empresa que no estén funcionalizadas a las exigencias
organizativas de la empresa. Aunque hay experiencias muy sugerentes en estos
terrenos, hay un largo camino por realizar para la acción sindical que
reformule la relación de sus prácticas colectivas con la nueva organización del
trabajo y de la empresa y el cambio en la organización de los saberes y del
conocimiento del trabajo vivo.
Se
trata en fin de un libro apreciado y precioso que, tras la publicación “en
abierto” de la obra en la blogosfera de Parapanda como una serie de capítulos, la Fundación 1 de Mayo
procede ahora a editar en su totalidad, bajo los auspicios de su presidente,
Rodolfo Benito, con una traducción realizada y dirigida por Jose Luis Lopez
Bulla. El momento es muy conveniente. No ha sido una coincidencia
buscada, pero es sintomático que la publicación en español se corresponda con
la traducción al francés de este mismo texto, obra de Jerôme Nicolas, que acaba
de llegar a las librerías de aquel país en septiembre de este mismo año, en la
editorial Fayard, dentro de la colección “Pesos y medidas del mundo”, dirigida
por Alain Supiot, con un prólogo de Jacques Delors.
Los
lectores del mismo comprenderán ahora la expresión del inicio en la que se
definía esta obra como “de culto”. Un análisis poderoso y muy sugerente sobre
la crisis de la izquierda y la necesidad de rearmar ideológica y teóricamente
el pensamiento teórico y reformista europeo. A su lectura querrían animar estas
páginas introductorias, más conveniente si cabe en el tiempo presente en el que
a la agresión de las llamadas políticas de austeridad está acabando con
elementos importantes del Estado Social y ha incrementado exponencialmente la
violencia y la arbitrariedad en los lugares de producción, siendo necesaria de
manera urgente una respuesta articulada que fuerce a abandonar estos perfiles
autoritarios impuestos con mayor fuerza no solo en el trabajo, sino en toda la
sociedad, precisamente porque el espacio del trabajo es sobre el se insiste con
más fuerza en el proyecto antidemocrático que derogue derechos individuales y
colectivos. La información y la participación a los trabajadores en la empresa
han reducido sus ya raquíticos niveles, y la negociación colectiva ha sido
detenida abruptamente. El trabajo es cada vez más un espacio sin derechos.
La
respuesta colectiva está siendo experimentada cada día en España, pero a partir
del 14 de noviembre, con la convocatoria de acciones colectivas en toda Europa,
coincidiendo en esta fecha las huelgas generales española, portuguesa, griega,
chipriota y maltés, y la parcial de cuatro horas de la CGIL italiana, se habrá dado
un salto adelante muy importante. Sin embargo, la amplísima movilización social
no encuentra capacidad de recepción en una gran parte de los sujetos políticos
reformistas europeos, salvo algunos grupos todavía minoritarios. En ese
desencuentro de los sujetos políticos con la situación de resistencia global y
de exigencia de un nuevo escenario europeo que se articule en torno a un nuevo
acuerdo social, las reflexiones de Trentin son muy oportunas, porque
problematiza las nociones de democracia en proceso, derechos y libertad e
igualdad sobre la base de una consideración de un programa que logre la libertad
en el trabajo, en un trabajo cada vez más sometido y sin derechos materiales ni
formales. Un panorama desolador que no puede mantenerse y que requiere un
cambio radical, tal y como lo están demandando millones de ciudadanos europeos.
En ello estamos.
Florencia,
1 de noviembre de 2012.
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